Abre mis
ojos, y miraré las maravillas de tu ley…
Me regocijo
en tu palabra como el que halla muchos despojos.
Salmo
119:18, 162.
Por fin
habían instalado la electricidad en una pequeña aldea perdida en la montaña. Una
vez acabadas las obras, un funcionario hizo una visita de inspección al lugar
para asegurarse de que todo estuviera en orden. –Entonces, señora, ¿está usted
satisfecha? –¡Por supuesto que sí! Ahora en la noche veo mejor para encender mi
lámpara de petróleo.
Esto nos
hace sonreír, pero hay cosas más desconcertantes todavía. ¡Cuánta gente anda en
la oscuridad moral de este mundo, y aun teniendo una Biblia en casa, nunca la
abre! Pero este libro revela a aquel que es “la luz del mundo”, quien vino a
esta tierra para alumbrar a todo hombre (Juan 8:12; 1:9). Quizás estas personas
de vez en cuando lean alguna página que habla de Dios encontrada en la prensa o
en este calendario, ¡pero esto no es suficiente! Es como preferir una lámpara
de petróleo y privarse de una iluminación mucho más eficaz.
En el curso
de la historia hubo numerosos y largos períodos durante los cuales estaba
prohibido poseer la Biblia; hubo cristianos que poniendo en riesgo su vida,
caminaban kilómetros para poder oír la lectura de uno de los pocos ejemplares
que había en la zona. La Palabra de Dios no sólo era una lámpara a sus pies y
una lumbrera en su camino (Salmo 119:105), sino también una fuente de consuelo
que producía gozo y alegría en su corazón (Jeremías 15:16).
¡No dejemos
nuestra Biblia sobre un estante, como lámparas apagadas en la noche!
Fuentes: El
Versículo del Días
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