El que no
escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no
nos dará también con él todas las cosas? - Romanos 8:32.
Un enfermo
pide que recobre la salud, diciendo: «Si Dios me la devuelve, creeré en él».
Un
estudiante está inquieto por su examen y piensa: «Si hay un Dios, que me ayude
a aprobar el examen, luego confiaré en él».
Un
comerciante se dice: «Si Dios hace prosperar mis negocios, sabré que existe».
Incluso un
jugador se atreverá a decir: «Si hay un Dios, que me ayude a ganar y le
serviré».
Uno no se
acerca a Dios con cálculos y regateos. No se hacen contratos con él; él no
necesita nada de todo lo que podemos prometerle. Él es Dios y posee todo.
“¿Tiene provecho el Omnipotente en que tú… hagas perfectos tus caminos?”, se
pregunta en el libro de Job (22:3).
Es una gran
falta de respeto considerar a Dios como un asegurador con quien contamos para
garantizar nuestra salud, para hacer prosperar nuestros negocios y resolver
nuestros problemas mediante algunas concesiones de nuestra parte.
Dios podría
contestar a todos nuestros deseos de forma muy fácil, pero no obedece a nuestra
voluntad, sino que nos ofrece infinitamente más: nos dio a su Hijo. Aceptar
este extraordinario don es estar en posesión de la vida eterna. Entonces
tenemos la paz con Dios y el derecho de ser llamados sus hijos, cuyo gozo será
confiar en él y obedecerle. Llegará el momento en que nos dará la gloria con
Jesús.
Fuentes: Amen
Amen
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