Mi interés estaba por los suelos. Cuando yo era niño, por lo general
disfrutaba de las galletitas de animales que me daba la maestra de la Escuela
Bíblica Dominical, pero la pintura del cielo que estábamos viendo ese día daba
a entender que allí no habría animales, ni muchas otras cosas más. En vez de
eso, había solo la descolorida escena de nubes y querubines, lo que desplazó mi
temor al misterio de la muerte, a la monotonía del eterno aburrimiento. Con los
años, llegué a comprender que el retrato del reino celestial que se me había
presentado cuando era niño, era una mediocre representación de la gloria de
nuestro hogar futuro. Definitivamente, si la Tierra es un lugar tan hermoso,
variado e interesante, ¿cuánto más lo es la morada eterna de Dios?
Desde la singularidad de cada copo de nieve hasta
la variedad de especies que está diseminada en toda la tierra; y desde las
montañas y los mares hasta los desiertos y las selvas, es evidente que la
creatividad de Dios es ilimitada. No obstante, Él desea fomentar la nuestra
también, dándonos más motivos para admirar y contemplar nuestro papel en su
gran historia. La Biblia dice que el
Señor trajo los animales a Adán para que viera cómo los había de llamar (Gn
2.19). Aunque los detalles de esta tarea
no están especificados, una cosa está clara: al crear el linaje humano, el
Creador no se interesó por fabricar robots autómatas o esclavos mecánicos. Lo
que Él deseaba eran hijos que tuvieran parte voluntariamente en el “negocio
familiar” de dar forma al mundo que habitamos. En este sentido, somos artesanos
a su lado, “creados en Cristo Jesús para buenas obras” (Ef 2.10).
Dicho de
otra manera, uno de nuestros privilegios como seres hechos a su semejanza, es
la capacidad de reflejar su creatividad en nuestro trabajo. Más concretamente, la
iglesia está llamada a representar al Consejero Maravilloso “en quien están escondidos
todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col 2.3), al exhibir la multiforme
naturaleza de su genio creador (Ef 3.10). Por ser esto cierto, ¿no deben aquellos que
escuchan su voz, estar entre los pensadores, innovadores y creativos más originales
del mundo? A uno le gustaría pensar que sí, pero muchos de nosotros no sentimos
que somos lo suficientemente inteligentes.
¿Es
realista pensar que cualquier seguidor de Cristo tiene el potencial para
demostrar su ingenio? La respuesta es sí, porque lo importante no es nuestra
inteligencia, sino la condición de nuestra relación con Aquel capaz de hacer
sabio al sencillo (Sal 19.7). Cuando desarrollamos un estilo de vida conversacional
con Cristo, nos vienen ideas originales a la mente, que no habríamos concebido
por nosotros mismos. Muchas veces, estas
ideas pueden ser atípicas ya que la mente de Cristo en nosotros trasciende lo común.
Cuando esta sabiduría que viene del cielo
toca la tierra, vemos su profundidad y alcance, y la multitud de aplicaciones
que tiene para todos los aspectos de la vida.
Pensemos en
Salomón, por ejemplo. Después de conversar con Dios, el rey se convirtió en un
hombre sabio. Su sabiduría sobrepasaba las demandas administrativas y se
desbordaba en todo tipo de arte, desde la decoración de su comedor hasta la
escalera del templo, lo que dejó alucinada a la reina de Saba. Para hallarle
sentido a esos diseños fantásticos, ella no pudo evitar atribuirle a Jehová la
inspiración de esas ideas (1 R 10.9).
Asimismo,
otras personas de la Biblia recibieron sabiduría directamente de Dios para los
proyectos que les fueron asignados. A Noé le dio instrucciones detalladas para
la construcción de un arca en la que habría espacio suficiente para cada animal
viviente (Gn 6.14-19). Bezalel fue lleno del Espíritu de Dios para tener
entendimiento “en toda clase de trabajos” en la construcción del Tabernáculo
(Éx 31.3-5 RVC). Y a José le fue dada
sabiduría para racionar la provisión de trigo en Egipto durante la hambruna (Gn
41.39-41).
Sin
embargo, al observar a estos personajes de la Biblia, debemos tener cuidado de
no relegar la unción de Dios al pasado. Tampoco
debemos pensar que su creatividad era solo para unos pocos elegidos. Gracias a
la obra de Cristo en la cruz, el Espíritu que descansaba en unos pocos puede
ahora morar en cada persona que cree en Él. Dios no está hoy menos dispuesto a inspirar
creatividad y manifestar la sabiduría del cielo por medio de nosotros, y está
buscando fortalecer a aquellos cuyos corazones están totalmente dedicados a Él
(2 Cr 16.9).
La posibilidad hoy de recibir el toque de Dios en y a través de
nuestra creatividad no es una hipótesis personal. En realidad, es más común a
la experiencia de las luminarias influyentes, de lo que uno podría pensar. La
carrera del galardonado guionista y director Randall Wallace es una prueba
innegable de esta realidad.
Antes de
ser famoso, Wallace enfrentó una crisis como guionista, que requería la ayuda
de Dios. Una huelga de escritores había afectado gravemente a la empresa para la
que él trabajaba, haciendo que se anulara su contrato. Sin nadie más a quien
recurrir, Wallace cayó de rodillas y comenzó a orar, sometiendo la dirección de
su trabajo a la voluntad de Dios —sin importar las consecuencias para su
familia y el futuro de todos.
Sin
embargo, a pesar de lo dolorosos que pueden ser estos momentos, Wallace
experimentó algo extraordinario poco después de comenzar a orar. Sintió una
profunda sensación de fortaleza, humildad y abnegación; y entonces comenzaron a
formarse palabras en su mente. Al darse cuenta del poder de estos pensamientos,
se levantó y los escribió.
Las
palabras se convirtieron en una historia que valoraba la virtud de la devoción a
una causa superior a sí mismo —la clase de causa que Wallace había encontrado
por medio de la oración. Este fue, en realidad, el humilde comienzo de Corazón
valiente, una de las películas más impactantes y respetadas del siglo XX. Su
éxito sirvió de plataforma a un sinnúmero de otros proyectos creativos de
producción de películas e incluyó la interpretación de una canción, escrita por
Wallace, en el funeral del presidente Reagan. ¿No es evidente? Dios tiene las
mejores ideas, y lo mismo puede suceder con nosotros si somos diligentes
buscando su consejo.
A partir de
ese logro transformador, este principio de trabajar a la par con Dios ha estado
presente en mucho del trabajo que hace Wallace, pero especialmente en su novela
más reciente titulada The Touch (El toque). Uno de los temas principales del
libro es asociarse con Dios para una creatividad sin precedentes. En el relato,
un cirujano muy talentoso comienza su búsqueda de la sabiduría de Dios para
realizar un procedimiento que nunca creyó posible. Por supuesto, la mayoría de
las personas aceptan la capacidad que tiene Dios de mejorar las destrezas
humanas. Pero, ¿estamos también convencidos
de su complacencia al hacerlo? ¿O creemos que hay clases de trabajos muy poco
importantes para la atención del Padre celestial?
Al
reflexionar sobre estas preguntas, considere la siguiente analogía: un padre
tierno, por más competente que sea como pintor, se interesará por un dibujo que
haga su hijo que está comenzando a caminar. Sin embargo, los esfuerzos del
padre por ayudar al niño a mejorar sus habilidades para colorear no disminuyen
de ninguna manera su gozo y valoración derivados del trabajo del pequeño. Más
bien, se crea un tierno recuerdo cuando el padre toma la mano del niño para enseñarle
la técnica del dibujo.
Esto es precisamente
lo que Dios hace con cada uno de nosotros cuando acudimos a Él en busca de
sabiduría. Él se preocupa por nuestros esfuerzos, incluso por aquellos que
parecen no ser importantes. Tenga esto presente: cada tarea está siendo
utilizada para prepararnos para los proyectos que nos aguardan, ya sea en los
últimos días de nuestra existencia, o en la vida por venir. No hay trabajo, por tanto, que sea demasiado
insignificante para tener la ayuda del Señor. Su Espíritu Santo puede
dirigirnos en la realización de tareas escolares, preparación de una presentación,
o incluso realizar tareas que parecen intrascendentes. De hecho, cuanto menos
atrayente pueda ser el trabajo, más razones tenemos para trabajar de maneras que
solo el consejo de Dios haga posible.
Con todo lo
dicho, ¿cómo podemos recibir esta sabiduría? De nuevo, la clave no es tanto qué
conoce usted, sino a quién conoce. Es la amistad con Aquel que dice: “Clama a
mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no
conoces” (Jer 33.3). La palabra
“amistad” implica un lazo de participación en las prioridades de Dios que nos hace
dignos de la confianza de sus perlas. La amistad implica también conversación,
o el deseo de su orientación, lo que supone nuestra intención de escuchar y
obedecer.
Cuando esta
relación se convierte en nuestro estilo de vida, estamos en condiciones de
aceptar su importancia en todo tipo de aplicaciones prácticas. Mientras escriba
un poema, puede pedirle a Dios inspiración en la elección de un tema, o bien
las palabras correctas para escribir un discurso. En la planificación de un
presupuesto, puede pedirle mayor claridad sobre cómo distribuir el dinero, o la
inteligencia necesaria para saber cómo gastar cada centavo. No tenga temor de los detalles específicos en
la oración, porque en cualquier caso, “si alguno de vosotros tiene falta de
sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche” (Stg
1.5). Muy pronto, vendrán las respuestas que nunca habríamos concebido por
nosotros mismos.
Fuentes: En
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