Por Luis García Dubus | Listin Diario
| Dios pudo elegir otra forma de manifestarse si lo hubiese deseado. Piense en
la tremenda energía que pudo haber desplegado, la luz que pudo haber
proyectado, un trillón de veces más brillante que la estrella más grande.
El calor que hubiera podido generar,
frente al cual el centro del sol sería sólo una débil velita.
Toda la energía nuclear de la tierra
junta no hubiera sido más que una basurita comparada con la fuerza explosiva
producida por su llegada. Pero nada de esto ocurrió ¿Qué es lo que vemos? Lo
que vemos es un ser pequeñito, indefenso, recién nacido entre el mal olor de un
establo cualquiera, en medio de un impresionante silencio.
Dice Miguel Marte que nace de esta
forma porque “para Dios no es importante la comodidad de una mansión, sino el
calor familiar que se pueda respirar allí. ¡De qué vale una casa lujosa si no
se puede vivir en armonía! ¡Para qué un palacio de piedras con jardines de
rosas si por dentro es el infierno!” (“A las puertas del Evangelio”, pág. 147).
“Señor, ¿qué te hizo tan chiquito?”,
preguntó San Bernardo de Clairvaux insistentemente en silenciosa meditación
durante largo tiempo. Y en medio de un éxtasis recibió un día la respuesta:
“¡Fue el amor!” Volviéndose un ser humano igual que el más pobre de nosotros,
Cristo estableció una relación personal e íntima con cada hombre y cada mujer.
“Toda la energía de ese ser humano–divino,” dice T. Keating, “está dirigida a
un único fin: ganarse nuestro amor”, y añade: “¿Cuál es el secreto de la
energía divina encapsulada en el corazón de un niñito en Belén? ¡Es amor!” Ese
amor no se descubre en medio del ruido, sólo se percibe en el silencio.
En ninguno de los evangelios se
conserva una sola palabra dicha en Belén. Sólo se nos dice que María
“conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.”
La pregunta de hoy
¿Cómo hacer este silencio? Quizás
estas palabras de François Mauriac, premio nobel en 1952, puedan servirnos: “No
es al pie de la cruz donde puedo estar más cerca de ti, Señor, es quizás arrodillado
de asombro ante tu camita, ante ese Dios–niño que acaba de nacer”.
“Lo que me atrae a tu cuerpo adulto,
torturado, crucificado, y atravesado con una lanza es el parecido al mío. ¡Oh,
Cristo triste, en el cual me busco a mí mismo...! Dame hoy la gracia de
detenerme frente al pesebre, y prosternarme ante tu Infinito Ser totalmente
capturado en un cuerpo pequeñito y vulnerable.
Detenerme frente al pesebre...
prostenarme ante Dios capturado en un cuerpecito... Pienso que si no hago esto
este año, perderé de nuevo el significado de todo, tal como pasa año tras año.
Así que, amigo querido, deténgase,
escápese, escóndase un rato, huya de la “fiesta” en la que nadie sabe lo que
está celebrando, y dedique un tiempo al silencio, como María, como todos en Belén.
Entonces quizás “despierte” a una
realidad que nunca antes había visto... y estas Navidades valdrán la pena,
talvez por primera vez.
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