La razón por la que el amor es la respuesta en
el trabajo y el hogar
Por Cameron
Lawrence | Hace unos meses, estaba sentado junto a la cuna de mi hija, mientras
los últimos rayos de luz del día se filtraban a través de las cortinas. Mi
esposa estrechaba a nuestra niña en sus brazos y la mecía para dormirla,
mientras le cantábamos. Por sentirme cansado después de un día largo de
trabajo, me acosté sobre la alfombra mientras la tranquilizadora voz de mi
esposa llenaba la habitación.
“Mami te
amará, mami te amará”, cantaba ella, “mami te amará toda su vida”. Después, en
el verso siguiente, cuando “mami” se convirtió en “papi”, me sentí sorprendido
por el profundo efecto que tuvo la ternura del verso. “Papi te amará toda su
vida”, dijo ella, y sentí el peso de esas palabras. Aquí, en una tierna promesa
de amor, estaba también la verdad de mi frágil existencia. Mientras la luz se
extinguía de la habitación y mi hija se dormía con aquella melodía, acepté en
silencio el difícil hecho de que mi vida llegará a su fin. Y que mi hija
seguirá sin mí cuando yo entré en el gran descanso, esperando la resurrección
del cuerpo.
No es
frecuente que uno se enfrente cara a cara con su mortalidad en una canción de
cuna. Pero en estos días estoy agradecido por estos recordatorios
aleccionadores, como quiera que se presenten. He aprendido que la vida tiene
una manera de embotar mi corazón llevándolo a un estado de olvido, con
preocupaciones y deseos inmediatos que tienen prioridad sobre el hecho de que
la eternidad acecha al otro lado de un horizonte oscuro. Es que la vida sabe
cómo distraernos de lo que realmente importa: del arrepentimiento,
particularmente, y del amor.
“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días,
que traigamos al corazón sabiduría,” escribió el salmista (Sal 90.12). Aunque puede parecer terrible, el
recuerdo constante de la muerte que nos espera, es uno de los mejores recursos
que tenemos en la vida espiritual para vivir bien en el presente, y para
prepararnos para encontrarnos con el Salvador Jesucristo cuando Él nos llame
más adelante.
Me pregunto
a menudo: ¿Qué habré dejado atrás cuando mis días lleguen a su fin? ¿Qué efecto
habré tenido yo en las personas que me rodearon? Y lo más importante, ¿me habrá
preparado el tiempo que estuve en este mundo, para ver a Cristo tal como Él es?
Se ha dicho
muchas veces que en nuestros últimos momentos de vida, desearíamos no haber
acumulado tantas cosas o recibido mejores ascensos. En vez de los logros,
pensamos en las personas que amamos y en el tiempo que pasamos o no con ellas.
Sin embargo, aunque este consejo es útil, omite el importantísimo asunto de que
nuestro trabajo sí es, en realidad, importante.
En la
búsqueda de equilibrio, podemos tener la tendencia a establecer un contraste
entre nuestra vida en el trabajo y nuestra vida fuera del mismo, haciendo de la
primera una víctima indefensa, y de la segunda una villana. Pero la verdad es
que toda la vida es un todo interdependiente e integrado. Es ordenada por Dios,
y su vitalidad depende de que todas las partes trabajen en armonía, de manera
muy parecida a como lo hace nuestro cuerpo. O, dicho con las palabras del
apóstol Pablo: “Si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él” (1
Co 12.26).
Antes de que podamos empezar a priorizar
nuestro tiempo y a establecer límites, hay una verdad fundamental que tenemos que
ver: la calidad de una vida equilibrada, dependerá de la medida de nuestro amor
a los demás en el hogar y en nuestro trabajo. Pues, usted y yo estamos hechos a
la imagen de un Dios que es amor (1 Jn 4.16). Es decir, estamos hechos a la
imagen de la comunión eterna y de la relación perfecta que hay entre Padre,
Hijo y Espíritu Santo. En otras palabras, a menos que nos convirtamos en amor,
no somos capaces de ser lo que somos realmente en Cristo. (1 Jn 3).
Cuando
nuestras vidas no están equilibradas, ya sea porque damos demasiado tiempo al
trabajo y poco al hogar, o viceversa, lo más probable es que nos hemos olvidado
de que el amor es el principio esencial de nuestra existencia. Es lo que nos
motiva a trabajar duro para proveer lo necesario para nuestras familias, pero
también nos hace responsables de limitar las actividades de trabajo a las horas
asignadas, para no robar el tiempo y la atención que merecen nuestras familias.
Del mismo
modo, el amor a nuestros compañeros de trabajo es lo que debe motivarnos a
realizar con excelencia las tareas que nos asignen, ya que el éxito de todos
dependerá de los esfuerzos combinados de unos y otros. Incluso, si no nos gusta
el trabajo que tenemos actualmente, el amor a nuestros colegas puede darnos la
motivación y la dedicación que necesitamos para glorificar a Dios en todo lo
que hagamos (Col 3.17).
Al final de nuestra existencia, no importará lo
que hayamos logrado
si tuvimos que dejar de lado a nuestra familia y compañeros de trabajo para
llegar allí. La manera como prioricemos nuestro tiempo y establezcamos límites,
determinará en última instancia si creceremos “a la medida de la estatura de la
plenitud de Cristo” (Ef 4.13) —a la imagen del Amor mismo—, o si nos
convertiremos en una hueca falsificación gastada en placeres y éxitos que un
día dejarán de existir.
“Amados,
amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios”, escribió el apóstol Juan.
“Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios” (1 Jn 4.7). Cuando
esta vida acabe, lo único que nos llevaremos será el amor que le tuvimos a Dios
y a las personas. Después de todo, el amor nunca deja de ser.
Fuentes: En
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