Lectura:
Isaías 6:1-8.
"...
Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos [...]. ¡Ay de mí! que soy
muerto..." Isaías 6:3,5
En la
actualidad, muchos seguidores de Jesucristo centran su atención en el amor y la
bondad de Dios, pero pocos piensan en Su santidad. ¡Incluso, menos los que se
estremecen por temor a ella! ¿Por qué?
La razón es
la siguiente: Cuando vislumbramos la grandeza y la gloria de nuestro Señor,
vemos más claramente nuestra maldad. ¡Y esto nos humilla!
Observamos
una ilustración de esta verdad en el Evangelio de Lucas. Después de ser testigo
de un milagro, Pedro cayó delante de Jesús y clamó: "Apártate de mí,
Señor, porque soy hombre pecador" (5:8).
Si tuviéramos
que ver a Dios en todo Su esplendor y santidad, reaccionaríamos como lo hizo
Isaías y admitiríamos nuestra maldad (Isaías 6:5). Esta es una respuesta
apropiada, pero incompleta. El Señor no nos busca para destruirnos con Su
santidad, sino que Su propósito es quitar nuestro pecado (v. 7). Anhela que
experimentemos Su perdón y disfrutemos de una íntima comunión con Él.
Esta verdad
toca muy de cerca mi corazón. Hace unos años, en un solo y desgarrador
instante, vi con más claridad que nunca el horror de mi pecado. Me sentí
aplastado, quebrantado, aterrorizado... hasta que también percibí el insondable
amor de Dios y Su poder para perdonarme y purificarme (1 Juan 1:9).
Dios no
revela Su santidad para destruirnos, sino para exponer nuestro pecado y eliminarlo.
Pídele hoy que te limpie.
Reflexión:
Dios tiene un ojo que todo lo ve y un corazón que todo lo perdona.
Fuentes: Nuestro Pan Diario
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