María, la
madre de Jesús, también experimentó momentos de gozo y de tristeza. Qué alegría
habrá sentido cuando nació el niñito Jesús (Lucas 2:7); qué emoción cuando los
pastores y los sabios fueron a adorarlo (vv. 8-20; Mateo 2:1-12); qué
intranquilidad cuando Simeón profetizó que una espada le atravesaría el alma
(Lucas 2:35); ¡y qué sufrimiento desgarrador mientras veía a su Hijo muriendo
en la cruz (Juan 19:25-30)! Pero sus etapas como madre no terminaron con
aquella escena terrible, sino que también se regocijó cuando Jesús resucitó de
la tumba.
Las madres, y
todos los demás, experimentan muchas alegrías intensas y tristezas profundas,
pero cuando entregamos nuestro ser al Señor, cada etapa de la vida puede servir
para cumplir los eternos propósitos divinos.
Ser madre
implica una comunión sagrada con Dios.
(Nuestro Pan
Diario)
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