Leer | JUAN
14.1-4 |
Jesús anunció a sus discípulos que se marcharía pronto. Sin embargo,
también les prometió que regresaría un día para llevarlos a una casa que
prepararía para ellos (Jn 14.3). Este versículo nos confirma que el cielo es un
lugar real.
Según la
Biblia, los cristianos tienen su ciudadanía en el cielo (Fil 3.20), nuestro
tesoro está guardado allí (Mt 6.20), y ese será nuestro hogar eterno (1 Ts
4.17). Dios no está describiendo un mundo imaginario. Por el contrario, todos
los creyentes pueden tener la confianza de que serán reunidos allí, en una
morada tangible.
El espíritu
de todo cristiano entra en la presencia de Dios inmediatamente después de la
muerte física (2 Co 5.6). Una vez que el tiempo del Señor se haya cumplido para
que vengan la tribulación y el juicio final, Él hará nuevas todas las cosas.
Primero, nuestros cuerpos serán resucitados como inmortales, libres de dolor y
con lozanía espiritual (1 Co 15.42). Después, la Tierra se transformará en un
paraíso incorrupto y nosotros entraremos a la nueva Jerusalén celestial (Ap
21.10-27).
En el
cielo, los hijos de Dios pasaremos la eternidad sirviéndole y adorándole. Pese
a la idea equivocada de que estaremos en las nubes tocando arpas, ¡no estaremos
de brazos cruzados, sin hacer nada! Sí descansaremos, pero de las tentaciones,
las angustias, las pruebas y el dolor.
El paraíso
está más allá de nuestra imaginación, pero sí sabemos que la vida del creyente
continúa en el cielo. Como ciudadanos de ese reino, nos ocuparemos del trabajo
de servir y alabar a Dios. Además, disfrutaremos de nuevas fuerzas y de la
armonía perfecta con el Señor y otros cristianos.
(En
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