Cuando el
apóstol Pablo trató de compartir su fe con sus antiguos amigos, estos “se
opusieron… y lo insultaron…” (Hechos 18:6, NVI). Es doloroso ser rechazado por
aquellos a quienes amas.
Parece ser
que a Pablo le afectó tanto ese rechazo que Dios tuvo que animarlo, diciéndole:
“No temas… porque yo estoy contigo y nadie pondrá sobre ti la mano para hacerte
mal…” (Hechos 18:9-10). Más adelante, cuando Pablo quiso relacionarse con
algunos de los apóstoles, estos también tuvieron sus recelos acerca de él: lo
consideraban demasiado judío para ser cristiano y demasiado cristiano para ser
judío.
A lo largo
de su ministerio, Pablo sufrió desilusión y rechazo de parte de sus seres
queridos. Cuando la gente te decepciona, acudes a los brazos de Dios; ser
rechazado por los demás puede, de hecho, acercarte más a Él. Cuando apedrearon
a Pablo y lo dejaron por muerto, este “se levantó” y siguió con su misión
(Hechos 14:9-10).
Ser
rechazado te hace depender de Dios como no nunca, ¡porque no hay ningún otro
lugar donde puedas ir! En realidad, en momentos así, la única palabra de
esperanza es la que proviene de Él. Cuando otros te rechazan, Dios suele abrir
puertas a nuevos grados de bendición que de otra manera te habrías perdido.
Tu mayor
crecimiento espiritual se desprenderá de tus mayores pruebas. Escribió el
salmista: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores
[vindicación]; unges mi cabeza con aceite [fuerza diaria]; mi copa está
rebosando [mayor bendición]” (Salmo 23:5). No hay duda de que sin cierto grado
de sufrimiento y oposición, no podrías sentarte a la mesa de Dios para
disfrutar de sus delicias.
(Devocionales
Cristianos)
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