Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas,
y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. – Lucas 10:27.
Nadie tiene
mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. – Juan 15:13.
El viajero
de esta parábola, despojado y abandonado medio muerto, representa al ser humano
caído en el mal y la desdicha. Sin embargo, no está completamente muerto. Tiene
más o menos el sentido de haber perdido algo, y a veces siente el deseo de ser
liberado y sanado.
En el
sacerdote y el levita que pasan de largo, vemos la ayuda ineficaz de la
religión. Mas en el samaritano caritativo reconocemos al Salvador lleno de
compasión para sacarnos de nuestro destino desesperado. Amigo, Jesús pasa cerca
de usted en este mismo momento y le tiende la mano. Quiere curar sus heridas
morales. Vino del cielo para ofrecer su vida en sacrificio por usted y por mí.
Si piensa
que lo esencial es amar a su prójimo como a sí mismo, confiese que no lo hace
siempre ni puede hacerlo sin la ayuda de Dios.
Devolviendo
la pregunta a su interlocutor, Jesús le dice: “¿Quién, pues, de estos tres te
parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” (v. 36). Así
nos invita a no hacer de nosotros mismos el centro. Él vino a la tierra para
ser nuestro prójimo. ¡Qué extraordinaria humillación!
Reconozcamos
en él a aquel que llegó a ser nuestro prójimo y que nos amó hasta ofrecerse a
sí mismo en sacrificio por nuestros pecados. Como él, nos sentiremos el prójimo
de todos los hombres y responsables de obedecer al mandato: “Vé, y haz tú lo
mismo” (v. 37).
(Amen,
Amen)
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