Cualquiera
puede mantener su gozo cuando está en las alturas del Espíritu Santo, sin ser
probado ni tentado. Pero Dios quiere que nos mantengamos en su amor en todo
tiempo, especialmente en nuestras tentaciones.
El apóstol
Juan nos dice de manera muy simple, cómo es que podemos mantenernos en el amor
de Dios: “Nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con
nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios
en él” (1 Juan 4:16). En resumen, si nosotros “permanecemos en el amor de
Dios”, nos mantendremos en Dios.
Acá, la
palabra “permanecer”, significa “quedarse en un estado de expectación”. Es
decir, Dios desea que nosotros estemos expectantes de que su amor se renueve en
nosotros cada día. Debemos vivir cada día en el conocimiento de que Dios
siempre nos amó, y siempre nos amará.
En
realidad, muchos de nosotros entramos y salimos del amor de Dios, según nuestro
estado de ánimo. Nos sentimos a salvo en su amor sólo si nos hemos portado
bien. Pero no estamos seguros de su amor cuando somos tentados o probados, o
cuando le hemos fallado. Ése es justamente el momento en el que debemos confiar
en su amor. Él nos está diciendo en estos pasajes: “No importa la prueba que
enfrentes, nunca debes dudar de mi amor por ti. Si estás constantemente
confiando en mi amor, entonces estás viviendo como yo quiero que vivas”.
Jeremías 31
ofrece una maravillosa ilustración del amor de Dios. Israel estaba en un
momento de caída. El pueblo había engordado y prosperado, y consentían en toda
clase de impiedades.
Repentinamente,
sus deseos se tornaron amargos. Perdieron todo placer en satisfacer sus
apetitos sensuales. En seguida, clamaron: “Señor, estamos perdidos. Necesitamos
que nos vuelvas a ti”. Dios oyó su clamor de arrepentimiento, y Su amoroso
corazón se dirigió hacia ellos. Él castigó a su pueblo con su vara de
corrección, e Israel clamó: “Me azotaste…conviérteme, y seré convertido…después
que me aparté tuve arrepentimiento” (Jeremías 31:18-19).
Oiga las
palabras de Dios en este punto: “Desde que hablé de él, me he acordado de él
constantemente. Por eso mis entrañas se conmovieron por él; ciertamente tendré
de él misericordia” (v. 20). “Con amor eterno te he amado” (v. 3).
Esto es lo
que usted debe saber del amor de Dios: Dios le decía a su pueblo: “He tenido
que castigarles y hablarles duras palabras de verdad. Aun así, pecaron contra
mí, a pesar de la gracia y la misericordia que les extendí. Se apartaron de mi
amor, y me rechazaron. Sin embargo, mis entrañas de compasión se movían
profundamente para con ustedes, los recordaba en sus luchas; ciertamente tendré
misericordia de ustedes. Los perdonaré y restauraré de pura gracia”.
(David
Wilkerson, fallecido)
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