Cuando
Pablo decidió ir a Jerusalén, no fue porque había oído que allí había un
avivamiento. No se trataba de un predicador desanimado buscando alguien a quien
impartir algo de parte de Dios. No, él lo indica claramente: “Subí…a
Jerusalén…según una revelación, y…expuse en privado a los que tenían cierta
reputación el evangelio que predico” (Gálatas 2:1-2). Pablo fue a Jerusalén
para compartir un misterio que Dios quería revelar a su pueblo”.
Este hombre
piadoso tenía su propia revelación plena y gloriosa de Cristo. No aprendió las
doctrinas que enseñaba encerrado en un estudio con libros y comentarios. No era
algún filósofo aislado que soñara con verdades teológicas, pensando: “Algún día
mis obras escritas serán leídas y enseñadas por futuras generaciones”.
Déjeme
contarle cómo y cuándo produjo Pablo sus epístolas. Las escribió en húmedas y
oscuras celdas de prisión. Las escribió mientras se limpiaba la sangre de su
espalda luego de haber sido azotado. Las escribió después de arrastrarse desde
el mar, habiendo sobrevivido otro naufragio.
Pablo sabía
que toda la verdad y la revelación que él enseñaba provenían del campo de
batalla de la fe. Y se regocijaba en sus aflicciones por causa del evangelio.
El dijo: “Ahora puedo predicar con toda autoridad a cada marinero que haya
pasado un naufragio, a cada prisionero que haya estado encerrado sin esperanza,
a todos los que alguna vez vieron la muerte cara a cara. El Espíritu de Dios me
está haciendo un veterano probado, así que puedo hablar su verdad a todo aquél
que tenga oídos para oír.
Dios no le
ha entregado a usted al poder de Satanás. No, Él permite la prueba que usted
está pasando, porque el Espíritu Santo está ejecutando una obra invisible en
usted. La gloria de Cristo está siendo formada en usted para toda la eternidad.
Usted nunca
conseguirá verdadera espiritualidad de alguien o algo. Si quiere saborear la
gloria de Dios, ésta vendrá a usted, donde usted se encuentre, en sus
circunstancias actuales, agradables o desagradables.
Creo que
uno de los mayores secretos de la espiritualidad de Pablo era que siempre
estaba listo para aceptar cualquier condición que le tocara vivir, sin
quejarse. El escribe: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi
situación” (Filipenses 4:11).
La palabra
hebrea “contentar” significa “bajar la guardia”. Pablo dice: “No intento
protegerme de mis circunstancias desagradables ni le ruego a Dios que me las
quite. Por el contrario, las abrazo. Sé, por mi experiencia con el Señor, que
Él está obrando algo eterno en mí”.
“…para que
podáis soportar.” (1 Corintios 10:13). La palabra “soportar”, que Pablo utiliza
acá, implica que nuestra condición no va a cambiar. El punto es que nosotros
soportemos bajo dicha situación. ¿Por qué? Dios sabe que si Él cambia nuestra
condición, terminaremos destruidos. Él permite que nosotros suframos porque nos
ama.
Nuestra
parte en cada prueba es confiar en que Dios nos dará todo el poder y recursos
que necesitamos para hallar contentamiento en medio de nuestro sufrimiento. Por
favor, entiéndame: Contentarnos en nuestras pruebas no significa que las
disfrutemos. Simplemente quiere decir que ya no tratamos de protegernos de
éstas. Nos contentamos, quedándonos quietos y soportando lo que nos toque,
porque sabemos que nuestro Señor está conformándonos a la imagen de su Hijo.
(David
Wilkerson, fallecido)
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