“El que me
ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan
14:21). “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que
también ellos sean uno en nosotros…la gloria que me diste, yo les he dado, para
que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que
sean perfectos en unidad” (Juan 17:21-23, itálicas mías).
Échele otro
vistazo a las itálicas en el versículo. Jesús está diciendo, en esencia: “La
gloria que me diste, Padre, se la he dado a ellos”. Cristo hace una increíble
declaración acá. Está diciendo que nos ha sido dada la misma gloria que el Padre
le dio a Él. ¡Qué pensamiento tan impresionante! Pero, ¿cuál es esta gloria que
fue dada a Cristo y cómo pueden nuestras vidas revelar dicha gloria? No se
trata de un aura o una emoción; sino de ¡un acceso sin impedimentos al Padre
Celestial!
Jesús nos
dio un fácil acceso al Padre, abriéndonos una puerta por la Cruz: “Porque por
medio de él [Cristo] los unos y los otros [nosotros y los que están fuera]
tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efesios 2:18). La palabra
“entrada” significa el derecho de entrar. Significa un pasaje libre y también
fácil de acercarse: “En quien tenemos seguridad y acceso con confianza por
medio de la fe en él” (Efesios 3:12).
¿Ve lo que
Pablo dice? Por fe, hemos alcanzado un lugar de acceso ilimitado a Dios. No
somos como Ester en el Antiguo Testamento. Ella tenía que esperar la señal del
rey antes de poder acercarse al trono. Sólo después que el rey extendiera su
cetro, es que Ester podía acercarse.
En
contraste, usted y yo ya nos encontramos en la presencia del Rey. Y tenemos el
derecho y el privilegio de hablar con Él en cualquier momento. De hecho,
estamos invitados a hacerle cualquier petición: “Acerquémonos, pues,
confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia
para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).
Cuando
Cristo ministró en la Tierra, Él no tenía que escabullirse hacia la oración
para obtener la mente del Padre. Él dijo: “No puedo hacer nada por mí mismo,
sino lo que veo hacer al Padre” (ver Juan 5:19). Hoy, el mismo grado de acceso
al Padre que tenia Cristo, nos ha sido dado. Usted dirá: “Un momento, ¿yo tengo
igual acceso al Padre que Jesús?”.
No se
equivoque. Como Jesús, nosotros debemos orar con frecuencia y fervor, buscando
a Dios, esperando en el Señor. No tenemos que escabullirnos para rogarle a Dios
por fuerza y dirección, porque su mismo Espíritu vive en nosotros. Y el
Espíritu Santo nos revela la mente y la voluntad del Padre.
(David
Wilkerson, fallecido)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.