Se tropezó.
En plena acera. Al mediodía. Cayó. Literalmente rodó. Nadie prestó mayor
atención, salvo el vendedor de dulces que, dejando su carrito a un lado, se
acercó para darle la mano. Raúl se incorporó con dificultad. Se quitó el saco
para limpiarle el polvo y agradeció a su ayudador. “No sé qué me pasó; en qué
estaría pensando, por Dios”, se disculpó.
De camino
al parqueadero, sonrió. Él sí sabía que había pasado. Vio una joven y no solo
admiró su belleza, sino que volteó a mirarla, con pensamientos no muy santos. Y
fue en ese preciso instante que cayó al suelo.
--Reconozco
que el problema fue la segunda mirada—murmuró mientras subía a su auto. Y
sonrió de nuevo por lo irónico de la situación: pudo fracturarse un brazo en la
caída, por estar mirando a quien no debía.
Hace pocos
días estaba en un Centro Comercial con mi esposa cuando vimos, al pasar, a una
pareja discutiendo. La mujer le llamaba la atención a su cónyuge porque no
podía dejar de mirar a otras damas. “Parece que los ojos se te van a salir de
las órbitas cuando ves una falda”, le recriminó ella. Y como colofón, le puso
en la cabeza el helado que estaba comiendo.
Recuerdo
haber leído el caso de un hombre que estrelló su carro contra un poste de
alumbrado público. ¿Desilusionado de la vida? ¿Un suicida, quizá? No, iba
mirando a una chica que pasaba por la acera. Terminó chocando aparatosamente…
Todo por una segunda mirada…
El
cerebro se estimula con imágenes y palabras
¿Alguna vez
vio un comercial de televisión sobre una bebida gaseosa e, imperceptiblemente,
quiso ir a la nevera para comprobar qué había para beber? O tal vez se dejó por
lo jugoso de una hamburguesa cuando vio una enorme fotografía exhibida en una
valla publicitaria en una avenida transitada de la ciudad.
Aun cuando
lo neguemos, a todos nos ha ocurrido. Es una de las estrategias que utilizan
los especialistas en mercadeo: ofrecernos productos con una presentación tan
atrayente, que terminamos anhelando ese producto.
--Tomo café
tinto todo el día porque junto a nuestra oficina hay un establecimiento donde
lo preparan constantemente. El olor que percibo desde mi ventana, me hace
desear una nueva taza. No lo puedo controlar--, me explicaba una funcionaria
gubernamental que conoce de mi afición –como es apenas previsible para un
colombiano--por el café. En su caso, trató de justificar porque bebía hasta
diez tazas diarias.
Es
imperativo que, con ayuda de Dios, aprendamos a controlar nuestras miradas y no
nos dejemos arrastrar por la sensualidad que estimula nuestras acciones...
Está
comprobado científicamente que el cerebro reacciona ante estímulos. Las
imágenes y las palabras terminan llevando a las personas a actuar de
determinada manera. Este fundamento aplica con los deseos. Las imágenes, los
sonidos y las palabras estimulan por igual y en una reacción biológica
singular, al cerebro y los deseos.
Si una
mujer bonita pasa enfrente, no está mal mirarla; el problema está en la segunda
mirada porque en milésimas de segundos, el cerebro recibe estímulos y es
entonces cuando afloran la lujuria y los malos pensamientos, aquellos que
llevan a una conducta peligrosa.
Cuídese
de la segunda mirada
Si permitimos
que nos gobiernen los deseos malsanos, terminarán por tomar tanta fuerza que
será inevitable actuar de determinada manera. Es lo que explica, por ejemplo,
el incidente de aquella pareja a la que aludí poco antes. El hombre estaba tan
habituado a mirar una y otra vez a una mujer, que ni siquiera con su esposa
junto a él, podía controlarse.
El Señor
Jesús lo advirtió con las siguientes palabras: “Han oído el mandamiento que dice: “No
cometas adulterio” Pero yo digo que el que mira con pasión sexual a una mujer
ya ha cometido adulterio con ella en el corazón. Por lo tanto, si tu ojo
—incluso tu ojo bueno— te hace caer en pasiones sexuales, sácatelo y tíralo. Es
preferible que pierdas una parte de tu cuerpo y no que todo tu cuerpo sea
arrojado al infierno.”(Mateo 5:27, 28. Cf. Éxodo 20:14; Deuteronomio 5:18.
Nueva Traducción Viviente)
El deseo,
que estimula generalmente una segunda mirada, se constituye en el principal
problema. Insisto, no podemos evitar mirar a quienes pasan delante de nosotros;
lo malo estriba en la segunda mirada.
¿Aplica
sólo a los hombres? Por supuesto que no. Es un consejo que tiene también
aplicabilidad para las mujeres, sobre todo en una sociedad dominada por la
sensualidad como es la que nos rodea. ¡Cuidado con la segunda mirada! Es la
mirada del deseo.
Sea
precavido
Cada
persona sabe cuál es su debilidad. Hay quienes ceden a la tentación por la fama
y el reconocimiento, otros que son ambiciosos y, por supuesto, un buen número
tienen su talón de Aquiles en la sensualidad, en los deseos carnales.
Como es
necesario que identifiquemos nuestras debilidades para poderlas vencer con
ayuda de Dios, es imperativo que nos mantengamos alerta.
El rey
Salomón escribió: “El prudente se anticipa al peligro y toma precauciones.
El simplón sigue adelante a ciegas y sufre las consecuencias.”(Proverbios 27:
12. Nueva Traducción Viviente)
Si sabemos
que hay algo que amenaza con arrastrarnos, es necesario evitarlo. Si es la
segunda mirada, por favor, sea precavido. No permita que sus ojos lo lleven
donde no debe. ¡Con ayuda de Dios podrá vencer!
Es un
principio que nos alerta también ante el peligro de las relaciones ilícitas y
el adulterio. Todos sabemos cuando algo no anda bien, y por tal motivo, no
podemos dejarnos arrastrar por la tentación.
Préndase de
la mano de Jesucristo. Él le ayudará a vencer las tentaciones. Y a propósito de
Jesús el Señor: ¿Ya lo recibió en su corazón como su único y suficiente
Salvador? Hoy es el día para que lo haga. Puedo asegurarle que, tomado de su
mano, emprenderá el maravilloso proceso de crecimiento personal y espiritual,
el que tanto ha anhelado.
(Fernando
Alexis Jiménez, estudios Bíblicos)
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