Que vuestra
fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. –
1 Corintios 2:5.
Si alguno
os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema. – Gálatas
1:9.
Dios es
soberano. “Todo lo que quiso ha hecho” (Salmo 115:3); no tiene que rendir
cuentas a nadie (Job 33:13), aunque al hombre le gustaría inmiscuirse en los
planes de Dios. Naamán quería ser sanado de la lepra, pero había escogido la
manera: “Yo decía para mí: …invocará el nombre del Señor su Dios, y alzará su
mano y tocará el lugar” (2 Reyes 5:11). Pero no sucedió nada de eso; la
sabiduría de Dios quiso proceder de forma diferente: obedecer a su palabra era
el único método para sanar.
Los
israelitas mordidos por las serpientes morían en el desierto. Entonces rogaron
a Moisés para que pidiese a Dios que quitara las serpientes (Números 21:7). Eso
hubiese sido posible, pero Dios había decidido actuar de otra manera. Él es
soberano: “¿Quién le dirá: ¿Qué haces?” (Job 9:12). No destruyó a las
serpientes, pero puso a disposición el medio seguro para resolver el problema.
La Biblia
dice que ante Dios todos los hombres estamos muertos en nuestros pecados.
¿Quién podrá salvarnos? He aquí la respuesta: “Por gracia sois salvos por medio
de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8). Eso
significa reconocer que no podemos hacer algo para salvarnos. Para ser salvos
por la fe es necesario creer que Jesús murió por cada uno de nosotros para
expiar nuestros pecados. “El Hijo de Dios… me amó y se entregó a sí mismo por
mí” (Gálatas 2:20). ¿Qué sino la gracia divina puede derribar el
orgullo?
(Amen,Amen)
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