Si en mi
corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, El Señor no me habría escuchado.
Salmo 66:18
Hay veces
que apartamos el tiempo para estar a solas con el Señor, nos ponemos en
nuestras rodillas para buscar su rostro y de golpe todo se oscurece… viene
sobre nosotros una voz acusadora que nos recuerda los pecados cometidos, y
llegamos a la errónea conclusión que “en ese estado no podemos orar”, y dejamos
de orar.
La solución
a esto no es detener mi oración, sino en encausar mi oración como Dios lo
quiere.
Debemos
tener siempre presente que lo primero que debemos hacer al empezar a orar es
confesar nuestros pecados y limpiarnos de toda iniquidad.
Como seres
terrenales, estamos afectados a una serie de cosas que originan en nuestro ser
impurezas, pecados, iniquidades, que nos separan de Dios. La clave no es
continuar llevando la carga pesada del pecado, sino entregársela al Señor por
medio de la confesión específica y reclamando que su preciosa sangre nos limpie
de todo pecado y maldad.
La próxima
vez que vaya a orar no se olvide que lo primero debe estar primero. Usted sabe
de lo que estoy hablando… de liberarse y limpiarse de toda maldad, pecado e
iniquidad. Cuando lo haga con fe, verá los cielos abiertos y normalizados su
comunión con el Señor.
Oración:
Gracias Señor Jesús, porque en Ti puedo hallar verdadera liberación de mis
iniquidades. Gracias por tu preciosa sangre que me limpia de toda maldad y me
abre el camino para hablar contigo con libertad.
Por: Ritchie Pugliese
Fuentes: El Versículo del Día
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