La única
manera de enfrentar el valle del dolor es atravesándolo por el medio. Muchas
veces, tras un tiempo de bonanza, nos caen dificultades o el dolor nos golpea
sin piedad. Una traición, la pérdida de un ser amado, la partida de un ser
querido hacia lejanas tierras sin promesa de volver ni de un reencuentro; la
pérdida del trabajo, un penoso accidente o enfermedad, un terrible abuso…
tantas causas. El corazón se desangra en lágrimas, el alma se desgarra en medio
de un lamento perdido en el silencio, en la soledad de la fría oscuridad.
Nuestra
mente funciona como un papel de tres capas. En la de más arriba, en la más
superficial, están los recuerdos más recientes, las experiencias, las vivencias
más actuales. Es lo que los que saben denominan el “consciente”.
En una capa
algo más profunda, se hallan recuerdos, vivencias y experiencias algo más
antiguas, que con algo de dificultad podemos volver a recordar o traer de nuevo
a la capa conciente. Es el “subconsciente”. En esa capa se van depositando
todos esos recuerdos y experiencias que “ya no se usan”. Concientemente parece
que las “olvidamos”, pero eso ocurre porque nuestra mente consciente no puede
acceder libre ni voluntariamente a ellos. Sin embargo, siguen estando allí.
Y
finalmente, pasado suficiente tiempo, esas experiencias almacenadas en el
Subconsciente se depositan, se escriben, en una capa aún más profunda
denominada “Inconsciente” al que ya nuestra mente no tiene acceso directo. Los
recuerdos, experiencias, vivencias almacenadas en esta capa parecen haber sido
olvidados por completo, sin embargo continúan vivos aunque nuestra mente ya no
pueda acceder a ellos.
Eso ocurre
tanto para las buenas como para las malas experiencias. Si algo fue lindo,
grato, ese recuerdo inconsciente estará enviando “ecos” hacia arriba
haciéndonos sentir bien en determinadas situaciones o con ciertas personas.
Pero si se trata de malas situaciones, estará generando tristeza, dolor,
desaliento, temor, pesadillas, sin que podamos reconocer a ciencia cierta cuál
es el origen del malestar. Y es que en cualquiera de las situaciones, los
recuerdos parecen olvidados, pero siguen vivos y generando síntomas desde lo
profundo de nuestra mente.
Cuando
alguien ha experimentado una terrible situación hace tiempo, las vivencias continúan
almacenadas es esa parte inconciente causando dolor.
El pueblo
de Israel tenía un triste pasado de esclavitud en Egipto. Cuando fue liberado
continuó siendo objeto de los mensajes de dolor y esclavitud de su pasado y
mientras esto sucedió estuvo cuarenta años rodeando el desierto, mordiendo el
dolor.
Con
nuestras vidas ocurre otro tanto. A través del sacrificio de nuestro Amado
Señor Jesús, todo nos ha sido perdonado, mas no todo ha sido sanado. Hay
personas que aún habiendo sido rescatadas de la esclavitud del pecado, aun
continúan con sus almitas rotas, heridas. Desde lo profundo de su corazón,
vienen ecos de dolor de experiencias pasadas. Muchas veces tratamos de evadir,
de rodear para no volver a pasar por lo mismo, para no tener que volver a sufrir,
revivir de nuevo tristes y devastadoras experiencias.
Pero el
dolor por la misma puesta que entró es por donde tiene que salir. Rodear el
dolor es hacer como el pueblo de Israel; andar en círculos, vagar por el
desierto toda una vida.
La única
manera de lidiar con el dolor y vencerlo, es atravesándolo por el medio.
“Mira que
te mando que te esfuerces y seas valiente;
no temas ni desmayes, porque
Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas”. (Josué 1:9
RV60)
Autor: Luis
Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com
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