“¿Cuándo me sanaré?”, preguntó la mujer por la que
estábamos orando. Mi esposa y yo llevábamos una semana en ese mismo
trajín. Apenas regresaba de la oficina, iba directamente hasta
donde esta amable señora que padecía unos dolores insoportables y un
progresivo deterioro de sus articulaciones.
Dos semanas antes un médico se había dado por vencido y, tras
mandarle unos medicamentos para paliar el dolor, se limitó a
recomendarle que tuviera “paciencia”.
Por eso estábamos clamando. Ella era consciente de que la única salida era buscar a Dios.
Al principio no encontraba respuesta a tal pregunta. Luego, en
oración y mientras buscaba la respuesta divina, tuve la respuesta. Por
esa razón cuando tuve un nuevo contacto con ella le dije:
--¿Usted guarda rencor por alguien?---le pregunte.
Lo pensó unos instantes y aseguró: --Realmente no creo... aunque
ahora que lo pienso detenidamente, sí, detesto a mi yerno. Siempre he
pensado que se robó a mi hija y ahora le da mala vida.
No puedo perdonarlo--.
Hablamos y cuando fue consciente de que a menos que perdonara, no vendría la sanidad, aceptó perdonar.
Seguimos orando por ella cada noche hasta el día que nos anunció con alborozo:
--Ahora si me siento muy bien—y movió sus brazos, mostrando que iba en franca mejoría y hacia su sanidad plena.
Hoy es una persona diferente. Asiste a la congregación. Está
totalmente renovada. El perdón fue en ella el secreto para emprender
recobrar su estado de salud.
Perjuicios por la falta de perdón
Con frecuencia ignoramos los enormes daños y mal que provoca la
falta de persona en un ser humano. Además de estancar el proceso de
crecimiento espiritual, sentir algo contra alguien roba la paz
y produce incluso enfermedades.
Y algo de suma importancia, va en contravía de los postulados
bíblicos para una vida cristiana práctica. ¿La razón? El perdón es un
principio para una existencia renovada y creciente.
En cierta ocasión al dialogar con sus discípulos, el Señor Jesús les instó al perdón. “Pedro
se acercó a Jesús y le preguntó: --Señor, ¿cuántas veces tengo
que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?
--No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta y siete
veces--le contestó Jesús--.”(Mateo 18:21,
22).
Nosotros somos quienes ponemos límites a perdonar, y yendo más allá,
colocamos un rótulo imaginario a quienes nos rodean. Tal rótulo dice: “A este perdono”, “A este no perdono”.
Si vamos con ese razonamiento ante el Señor Jesús, nos
encontraríamos con la misma respuesta que le dio a Pedro: El perdón no
puede ser determinado número de veces sino por siempre.
Una puerta al mundo de las tinieblas
Quien no perdona, anida resentimiento y odio en su corazón. Es una
puerta abierta al mundo de las tinieblas. A partir del momento en el que
usted considera que no puede perdonar o que no
quiere hacerlo, quien tiene derecho legal para afectar u oprimir su vida, es Satanás. Él es quien gana ventaja.
Conozco infinidad de personas que experimentan estancamiento en su
vida personal y espiritual, porque se negaron y persisten en su
disposición de no perdonar. Cuando deciden perdonar, con ayuda
de Dios, su existencia comienza un proceso de renovación sin
precedentes.
La falta de perdón pone tropiezo a nuestras oraciones
“¿Por qué nuestras oraciones no reciben respuesta divina?”, se preguntan las personas con frecuencia. Desconocen un principio que trazó el Señor Jesús para los creyentes:
“Y cuando estén orando, si
tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre que
está en el cielo les perdone a ustedes sus pecados.”(Marcos
11:25).
Si nos atenemos a esta pauta, es necesario que nos pongamos a cuenta
con las personas que nos rodean: padres, hermanos, cónyuge, amigos, con
absolutamente todos.
El perdón al prójimo libera el perdón de Dios
En el evangelio leemos un principio que no podemos desconocer: "Así también mi Padre celestial los tratará a ustedes, a menos que cada uno perdone de corazón
a su hermano.”(Mateo 18:35).
Si aspiramos el perdón divino --¡y bastante que lo pedimos cuando
reincidimos en tantos errores que prometimos no cometer de nuevo!-- es
necesario que primero, perdonemos. No olvide que el perdón
forma parte de la naturaleza divina: “Pero en ti se halla perdón, y por eso debes ser temido.”(Salmo 130:4).
Es probable que, al hacer un examen cuidadoso de su existencia,
descubra que su mayor tropiezo es la falta de perdón. Reconoce que le ha
traído problemas y en ocasiones, ha robado su
tranquilidad. Una pregunta que cabe aquí: ¿Piensa seguir
experimentando esa situación o ya se decidió por el perdón como fuerza
liberadora para su vida?
Ahora, es probable que diga: “No puedo perdonar. Apenas lo
intento, vienen a mi mente los múltiples males que me ha provocado
aquella persona por quien siento rencor”. Si es así, vuelva
su mirada al Señor Jesucristo. Con su divina ayuda es posible perdonar...
Paso para ser liberados
Infinidad de personas a quienes he tratado, bajo situación de
posesión o influencia demoníaca, han podido romper las ataduras sólo al
término de un proceso de auto evaluación que les llevó a
reconocer que guardaban rencor contra alguien.
Cuando se decidieron a perdonar, el proceso de liberación espiritual
fue mucho más fácil. Insisto, perdonamos no en nuestras propias fuerzas
sino en las que provienen de Dios. ¡El quiere que
seamos libres! La decisión de perdonar es sólo suya.
Tengo una pregunta final: ¿Ya aceptó a Jesucristo como su único y
suficiente Salvador? Es muy fácil. Basta que le repita esta sencilla
oración pero en sus propias palabras:
“Señor Jesucristo, reconozco
que mi vida de pecado me ha mantenido distanciado de ti. Admito que no
está bien y que he experimentado las consecuencias. Yo te
recibo en mi corazón como mi único y suficiente Salvador. Te
agradezco que hayas perdonado mis pecados en la cruz y por tu sacrificio
redentor me hayas abierto las puertas a una nueva vida. Haz
de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”
Si hizo esta sencilla oración, lo felicito. Ahora su vida será
diferente. Resta que le haga tres sugerencias. La primera que haga de la
oración un principio de vida. Orar es hablar con nuestro
amado Dios. La segunda, que inicie la lectura de porciones de las
Escrituras. En ellas aprenderá principios sencillos de vida cristiana
práctica. La tercera, comience a congregarse en una iglesia
cristiana. ¡Animo! Su vida desde hoy será diferente...
Por Fernando Alexis Jiménez
Fuente: Estudios Bíblicos
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.