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Colosenses 1:1-12; 4:12 | Durante la histórica campaña de Billy Graham en Los
Ángeles, en 1949, la gran carpa con capacidad para más de 6.000 personas estuvo
repleta todas las noches durante ocho semanas. Cerca de allí, había otra tienda
más pequeña, para consejería y oración.
Cliff
Barrows, director de música e íntimo amigo y colaborador de Graham durante
muchos años, suele decir que la verdadera obra de evangelización tenía lugar en
«la carpa pequeña», donde la gente se reunía y oraba de rodillas antes y
después de cada reunión. Una mujer residente de esa ciudad, Pearl Goode, fue el
corazón de aquellas reuniones de oración y de muchas que le siguieron.
El apóstol
Pablo, en su carta a los seguidores de Cristo en Colosas, les aseguró que él y
sus compañeros oraban siempre por ellos (Colosenses 1:3, 9). Al concluir,
mencionó a Epafras, uno de los fundadores de esa iglesia, el cual «siempre
[rogaba] encarecidamente por [ellos] en sus oraciones, para que [estuvieran]
firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere» (4:12).
A algunos
se les concede la tarea de predicar el evangelio desde una posición donde todos
los ven: en «la carpa grande». Pero Dios nos ha concedido a todos, tal como lo
hizo con Epafras y Pearl Goode, el gran privilegio de arrodillarnos en «la
carpa pequeña» y, en oración, poner a otros delante del trono de Dios.
«La oración
no es la preparación para el trabajo; es el trabajo en sí». —Oswald Chambers
(Nuestro
Pan Diario)
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