Leer Salmos 22:18; Juan 19:23-24 | Jacob había hecho una túnica
especialmente bella para José, su muy amado hijo. Pero sus hermanos, celosos,
no podían soportar esta distinción y lo odiaban. Cuando se les presentó la
ocasión, le quitaron la túnica y lo vendieron a unos comerciantes.
Luego mataron un macho cabrío, mancharon la túnica con su sangre y la
enviaron a su padre junto con el siguiente mensaje: “Esto hemos hallado;
reconoce ahora si es la túnica de tu hijo, o no” (Génesis 37:32-33). Nos
sorprende ver tanto odio expresado en semejante acto de crueldad. El
sufrimiento de José como esclavo y el dolor del padre recibiendo esa túnica
ensangrentada nos conmueven profundamente. ¿Es posible que el corazón del ser
humano pueda ser tan malo? Sí, y mucho más que eso.
Siglos más tarde, el Hijo unigénito y muy amado de Dios, Jesús, vino a
la tierra. En su cuerpo, pues tomó forma de hombre (Filipenses 2:7), llevaba
una túnica “sin costura, de un solo tejido de arriba abajo”, reflejo de la
perfección de su conducta. Esta perfección hacía resaltar el pecado y la
culpabilidad de los hombres, y éstos no lo podían aceptar. Lo despojaron de su
túnica y, con mucha más maldad que sus antepasados, crucificaron a Jesús.
Pero la sangre que salió del costado del Señor crucificado purifica a
todo el que reconoce que es pecador. ¡Al mayor odio respondió el amor más
perfecto!
(Amén, Amén)
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