«El tiempo no borró el recuerdo del día
en que, mientras oraba en mi habitación, leí estas palabras del Señor: “Al que
a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). Le tomé la palabra al Señor Jesús. Y
fue así como, según las mismas expresiones de la Biblia, después de haber oído
la palabra de verdad, el Evangelio de mi salvación, y habiendo creído en
Cristo, fui sellado con el Espíritu Santo que ha sido prometido (Efesios 1:13).
Mi conversión a Dios es un hecho seguro.
Mi salvación no es ni una impresión ni un sentimiento; tampoco es el fruto de
mis esfuerzos o de mis resoluciones. Dios intervino e hizo de su Palabra eterna
el fundamento de mi vida. La muerte expiatoria de Cristo y su Palabra son
efectivamente los dos únicos fundamentos objetivos de la fe. Sólo éstos nos dan
la paz con Dios.
Algún tiempo después de haber dado ese
paso decisivo de la fe, me preocupé porque no experimentaba el gozo ni ninguno
de los sentimientos que creía debería experimentar al convertirme.
Estuve tan
turbado que viví en cierta oscuridad espiritual hasta el día en que estas
palabras del Señor me iluminaron y me liberaron de mis dudas: “Yo he rogado por
ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lucas
22:32).
Entonces
comprendí que nuestra relación con Dios no descansa en nuestros sentimientos,
sino en la fe en su Palabra. En este mundo donde todo se pone en duda, la fe
arraigada en Cristo y en su Palabra será siempre el único medio de salvación».
(Amén, Amén)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.