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FILIPENSES 4.8, 9 | El dicho popular: “uno es lo que come”, es un estímulo para
que demos buen alimento a nuestro cuerpo físico. Pero la idea se aplica también
a nuestro bienestar mental. El apetito de la mente se parece mucho al del
estómago, que se acostumbra a la comida que le damos y desea más de la misma.
Pensar en
todo lo que es verdadero, amable y justo, desarrolla el hambre de recibir más
de la generosidad de Dios. Pero si ingerimos lo que nuestra cultura llama
excelente, desarrollamos entonces un gusto por eso.
El mundo
ofrece cosas que lucen deliciosas —la TV es un ejemplo. Ciertos creyentes consideran
que no está mal ver un programa que viole los valores bíblicos, puesto que es
“solo un entretenimiento”. Sin embargo, todo lo que nuestra mente consume
determina nuestros conceptos y valores. Dejar que las enseñanzas incorrectas y
las ideas pecaminosas se alojen en nuestro pensamiento, puede deformar nuestra
percepción del bien y el mal.
Si una
idea, acción o actividad no es correcta o digna, es decir, si viola la Palabra
de alguna manera, entonces Dios no está en ella. Y si Dios está ausente, Satanás
está presente. El trabajo del enemigo es apartar nuestro enfoque del Señor.
Después de que el diablo capta la atención de alguien, le sigue ofreciendo
“comida chatarra” para mantenerlo ocupado mientras lo aleja del Señor.
Hay muchas
cosas que claman por nuestra atención —distracciones, filosofías, enseñanzas. Y
todo lo que no es del Señor, tiene el potencial de contaminar nuestro sistema
de valores. Los creyentes sabios usan el discernimiento y se deleitan solo con
las cosas de Dios.
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