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EFESIOS 2.11-22 | Muchas fricciones y discordias las generan quienes se ven a
sí mismos como superiores a otros por su raza, su religión o su nivel social.
Tales actitudes destruyen la paz entre las personas, las comunidades e incluso
las naciones.
La iglesia
primitiva confrontó este problema cuando se ocupó del estatus de los creyentes
gentiles. Habían sido excluidos de la comunidad de Israel con todos sus
privilegios y sus pactos, y por eso era fácil verlos como ciudadanos de segunda
clase a pesar de su fe en Cristo. Incluso después de Pentecostés y el
derramamiento del Espíritu Santo, las viejas formas de pensar fueron difíciles
de abandonar.
El apóstol
Pablo habló de este verdadero problema cuando dijo: “Pero ahora en Cristo
Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos
por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo
uno, derribando la pared intermedia de separación” (Ef 2.13, 14).
Hoy siguen
habiendo muchas paredes de separación entre las personas. La naturaleza humana
no es diferente en la era moderna, de lo que fue en el primer siglo: el poder,
el orgullo y el privilegio siguen dominando en el reino de las tinieblas.
Lastimosamente,
en la comunidad cristiana existen también muchos muros de separación. Pero el
evangelio de Jesucristo sigue siendo poderoso hoy “para crear… de los dos un
solo y nuevo hombre, haciendo la paz” (v. 15). No importa cuáles sean las
barreras, podemos vencerlas al reconocer que todos tenemos acceso al Padre
celestial por medio del mismo Espíritu (v. 18).
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