LEA: Isaías
16:1-5 | Un incendio voraz se desató en los hermosos cañones cerca de Colorado
Springs, en Estados Unidos, y destruyó el hábitat de varias especies de la
flora y fauna silvestres, y cientos de casas. Toda la nación clamó a Dios
pidiéndole que enviara lluvia para apagar las llamas, terminar con la
destrucción y dar un respiro a los bomberos. Las oraciones de algunas personas
incluían algunas condiciones interesantes: que Dios fuera misericordioso y
mandara lluvia, pero sin relámpagos, porque temían que estos desencadenaran más
incendios.
Esto me
recuerda cómo vivimos tensionados entre cosas que nos salvan y otras que nos
matan. El fuego cocina nuestros alimentos y nos mantiene abrigados, pero
también puede consumirnos. El agua nos hidrata el cuerpo y enfría nuestro planeta,
pero asimismo puede ahogarnos. Ambos extremos referentes a estos elementos
amenazan nuestra vida.
Este mismo
principio obra en la esfera espiritual. Para desarrollarse, las civilizaciones
necesitan las cualidades aparentemente opuestas de la misericordia y la
justicia (Zacarías 7:9). Jesús reprendió a los fariseos por ser legalistas,
pero también por descuidar «los preceptos de más peso de la ley» (Mateo 23:23
lbla).
Podemos
inclinarnos hacia la justicia o hacia la misericordia, pero Jesús las mantiene
en un equilibro perfecto (Isaías 16:5; 42:1-4). Su muerte satisface la
necesidad de Dios de justicia y nuestra necesidad de misericordia.
La justicia
y la misericordia de Dios confluyeron en la cruz.
(Nuestro
Pan Diario)
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