LEA: Salmo
107:1-9 | Nuestra nieta Julia pasó el verano trabajando en un orfanato en
Busia, Uganda. El último día de su pasantía, fue a despedirse de los niños. Una
pequeña llamada Sumaya estaba muy triste y le dijo: «Mañana nos dejas tú, y la
semana que viene se van las otras tías [voluntarias]».
Cuando
Julia reconoció que se iba, Sumaya pensó un instante y exclamó: «Nos quedaremos
totalmente vacíos. ¡Se irán todos!». Julia volvió a asentir. La niñita pensó
otro poco y agregó: «Pero Dios estará con nosotros, así que no estaremos
totalmente vacíos».
Si somos
sinceros, conocemos ese sentimiento de «totalmente vacíos». Es un espacio que
no pueden satisfacer las amistades, el amor, el sexo, el dinero, el poder, la
popularidad ni el éxito; un anhelo de algo indefinible, incalculablemente
precioso, pero que no está. Toda cosa buena puede traernos a la mente, atraer o
despertar en nosotros un mayor deseo de ese escurridizo «algo más». Lo más
cerca que llegamos de alcanzarlo es solo un indicio, un eco, un cuadro, una
escena… Y después, desaparece. «Nuestras mejores pertenencias son los deseos»,
afirmó C. S. Lewis.
Fuimos
hechos para Dios, y al final, nada fuera de Él nos satisfará. Sin Él, quedamos
totalmente vacíos. Solamente Cristo satisface nuestra ansia con cosas buenas
(Salmo 107:9).
«Dios no
puede darnos felicidad y paz fuera de Él, porque no está en otro lado». —C. S.
Lewis
(Nuestro
Pan Diario)
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