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Gálatas 3:26–4:7 | Lisa y Charles Godbold adoptaron a Maurice Griffin cuando
tenía 32 años, después que este había vivido bajo su custodia temporal durante
20 años. Aunque Maurice ya era adulto y vivía solo, la adopción había sido
siempre el anhelo de la familia. Cuando se volvieron a reunir y se oficializó
la adopción, comentó: «Este es probablemente el momento más feliz de mi vida
[…]. Soy feliz de estar en mi hogar».
Los que nos
unimos a la familia de Dios tal vez nos referimos a ese momento como el más
feliz de nuestra vida. Cuando aceptamos por fe a Cristo como Salvador, nos
convertimos en hijos de Dios, y Él se vuelve nuestro Padre celestial. La Biblia
afirma: «Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (Gálatas
3:26).
Como hijos
adoptados por Dios, también tenemos hermanos en la fe en Cristo, y todos
compartimos una herencia eterna (Colosenses 1:12). Además, el Espíritu de
Cristo mora en nuestro corazón y nos permite orar utilizando el nombre Abba,
Padre (Gálatas 4:6), como si un niño dijera: «Papito».
Ser hijo de
Dios significa experimentar la intimidad y el sentimiento de protección de un
Padre que nos ama, acepta y desea conocernos. Nuestra adopción para formar
parte de su familia es una maravillosa bienvenida a casa.
Los brazos
de Dios siempre están abiertos para dar la bienvenida a casa a sus hijos.
(Nuestro
Pan Diario)
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