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Mateo 26.6-13, Juan 11.1-46 | Ella fue la única que creyó en Él. Siempre que
Jesús hablaba de su propia muerte, los demás se encogían de hombros o dudaban,
pero María creyó porque Él hablaba con la misma firmeza con que le habló la vez
que ella dudo de Él.
Ella había
cuestionado el amor de Jesús por su familia cuando no llegó a tiempo. “Señor,
si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”.
Pero ella
vio que Jesús lloró con ella.
Y Él
pronunció después las palabras.
“¡Lázaro, ven fuera!” Y después de estar
cuatro días en una tumba sellada por una piedra, Lázaro salió.
Mientras
María besaba las manos, ahora cálidas de su hermano que había muerto hacía
poco, se volvió y vio a Jesús. Él estaba sonriendo.
Ella nunca
volvería a dudar de sus palabras.
Así que,
cuando Él hablaba de su muerte, ella lo creyó.
María llevó
el voluminoso frasco de perfume de su casa a la de Simón. No fue un gesto
improvisado, pero sí extravagante. El perfume costaba el salario de un año. Tal
vez era la única cosa de valor que ella tenía. No era lógico lo que hacía, pero
¿desde cuándo ha sido guiado el amor por la lógica?
El sentido
común no habría llorado ante la tumba de Lázaro, pero el amor sí. Era un amor
extravagante y arriesgado que aprovechó la oportunidad.
Alguien
tenía que mostrar lo mismo al Dador de tal amor.
Por eso fue
que María lo hizo. Se acercó a Jesús y derramó el frasco. Sobre su cabeza, sus
hombros y su espalda. Ella se habría derramado a sí misma por Él, de haber
podido.
La
fragancia del dulce ungüento se esparció rápidamente por toda la habitación.
“Respira el aroma y recuerda a quien te ama”,
decía ese gesto. “Cuando te sientas abandonado, recuerda que eres amado”.
Los
discípulos se burlaron de su extravagante gesto, pero recordemos la manera en
que Jesús defendió a María. “¿Por qué molestáis a esta mujer? pues ha hecho
conmigo una buena obra”.
Esta no era
tampoco la primera vez que la había defendido. Cuando su hermana, Marta, exigió
que María la ayudara con las tareas de la casa en vez de estar sentada a sus
pies, Jesús dijo: “Hay una sola cosa por la que vale la pena preocuparse. María
la ha descubierto” (Lc 10.42 NTV).
El mensaje
de Jesús es tan poderoso hoy como lo fue entonces: Hay un tiempo para el amor
arriesgado. Hay un tiempo para sentarse a los pies de Aquel que usted ama, de
derramar su amor sobre Él, y que debe
aprovechar cuando llega.
(En
Contacto)
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