miércoles, 16 de abril de 2014

Un amor extravagante


Leer | Mateo 26.6-13, Juan 11.1-46 | Ella fue la única que creyó en Él. Siempre que Jesús hablaba de su propia muerte, los demás se encogían de hombros o dudaban, pero María creyó porque Él hablaba con la misma firmeza con que le habló la vez que ella dudo de Él.

 Ella había cuestionado el amor de Jesús por su familia cuando no llegó a tiempo. “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”.

Pero ella vio que Jesús lloró con ella.

Y Él pronunció después las palabras.

 “¡Lázaro, ven fuera!” Y después de estar cuatro días en una tumba sellada por una piedra, Lázaro salió.

Mientras María besaba las manos, ahora cálidas de su hermano que había muerto hacía poco, se volvió y vio a Jesús. Él estaba sonriendo.

Ella nunca volvería a dudar de sus palabras.

Así que, cuando Él hablaba de su muerte, ella lo creyó.

María llevó el voluminoso frasco de perfume de su casa a la de Simón. No fue un gesto improvisado, pero sí extravagante. El perfume costaba el salario de un año. Tal vez era la única cosa de valor que ella tenía. No era lógico lo que hacía, pero ¿desde cuándo ha sido guiado el amor por la lógica?


El sentido común no habría llorado ante la tumba de Lázaro, pero el amor sí. Era un amor extravagante y arriesgado que aprovechó la oportunidad.

Alguien tenía que mostrar lo mismo al Dador de tal amor.

Por eso fue que María lo hizo. Se acercó a Jesús y derramó el frasco. Sobre su cabeza, sus hombros y su espalda. Ella se habría derramado a sí misma por Él, de haber podido.

La fragancia del dulce ungüento se esparció rápidamente por toda la habitación.

 “Respira el aroma y recuerda a quien te ama”, decía ese gesto. “Cuando te sientas abandonado, recuerda que eres amado”.

Los discípulos se burlaron de su extravagante gesto, pero recordemos la manera en que Jesús defendió a María. “¿Por qué molestáis a esta mujer? pues ha hecho conmigo una buena obra”.

Esta no era tampoco la primera vez que la había defendido. Cuando su hermana, Marta, exigió que María la ayudara con las tareas de la casa en vez de estar sentada a sus pies, Jesús dijo: “Hay una sola cosa por la que vale la pena preocuparse. María la ha descubierto” (Lc 10.42 NTV).

El mensaje de Jesús es tan poderoso hoy como lo fue entonces: Hay un tiempo para el amor arriesgado. Hay un tiempo para sentarse a los pies de Aquel que usted ama, de derramar su amor sobre Él,  y que debe aprovechar cuando llega.


(En Contacto)

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