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Lucas 13.6-9 | Cuando Jesús entró en Jerusalén, los hosannas y las
manifestaciones de adoración fueron evidentes y entusiastas. Eso debió haber
parecido un triunfo impresionante.
Pero Jesús sabía que las apariencias externas
no indican necesariamente un consenso general o incluso auténtico. De hecho, se
estaba dirigiendo al templo, donde los cambistas eran muestra de esa verdad.
Nuestro Salvador había llorado mientras se acercaba a la ciudad, porque el
pueblo no conoció el tiempo en que Dios vino a salvarle (cp. Lc 19.44 NVI), o
la manera de evitar lo que ahora era el juicio ineludible.
Los escritores de los evangelios insertaron
una curiosa anécdota en cuanto a la aproximación de Jesús a una higuera
distante que tenía hojas, ya que tenía hambre. Marcos 11.13, 14 nos dice que
“solo encontró hojas, porque no era tiempo de higos”. Entonces le dijo: “¡Nadie
vuelva jamás a comer fruto de ti!”
¿Por qué Jesús, el Creador de las higueras,
maldijo a una de ellas por no tener fruto fuera de temporada? La pregunta
parece desconcertante, salvo para quienes estaban familiarizados con las
cosechas de frutas del Oriente Medio, quienes se darían cuenta de que unas
pequeñas protuberancias comestibles, o taqsh en árabe, aparecen con las hojas y
se caen antes de que se desarrolle la fruta real. El erudito F. F. Bruce (Are
The New Testament Documents Reliable? — ¿Son confiables los documentos del
Nuevo Testamento?) dice: “Si las hojas aparecen sin la compañía de las taqsh,
no habrá higos ese año. Por lo tanto, era evidente para nuestro Señor... [que]
a pesar de su bello follaje, era un árbol estéril e inútil”.
Marcos
añade luego un detalle importante: “Y lo oyeron sus discípulos” (v. 14). La
maldición de la higuera por parte de Jesús no fue un arrebato caprichoso o de
disgusto, como algunos suponen. Fue una demostración perfecta en cuanto al
fruto que nace de la fe genuina, en contraste con religiosidad vacía que
acababan de presenciar en el templo.
Esta fue
una enseñanza crucial para los discípulos del primer siglo, así como lo es para
los discípulos del siglo 21. Nuestra utilidad importa mucho a Dios, pero solo
cuando es fruto del Espíritu que se produce si permanecemos en la vid,
Jesucristo (Gá 5.22, 23; Jn 15.5). No importa cuán impresionante puedan ser,
las obras que se hacen solo mediante el esfuerzo humano carecen de valor a los
ojos de nuestro Padre celestial.
¿Qué pasaría si el Señor nos examinara?
¿Hallaría algo nutritivo? ¿O encontraría una impresionante exhibición de hojas
que resulta ser apenas una hermosa apariencia?
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