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Filipenses 4:1-5 | Poco después de que mi esposo y yo nos mudamos a nuestra
nueva casa, un hombre dejó un cajón de frutillas en la acera del frente. Le
había puesto una nota donde decía que quería que la compartiéramos con los
vecinos. Sus intenciones eran buenas, pero unos niños descubrieron el cajón
antes que nadie y decidieron hacer una fiesta arrojándose frutillas junto a
nuestra casa blanca.
Cuando
volvimos, vimos que unos muchachitos conocidos nos miraban desde detrás de una
cerca. Habían «regresado a la escena del crimen», para ver cómo reaccionábamos
ante semejante caos. Podríamos simplemente haberlo limpiado, pero para
restaurar nuestra relación, nos pareció importante hablar con ellos y pedirles
que nos ayudaran a quitar las manchas de frutilla.
La vida
puede volverse un caos con las luchas relacionales. Este fue el caso en la
iglesia de Filipos. Dos siervas fieles, Evodia y Síntique, estaban en total
desacuerdo. El apóstol Pablo le escribió a la iglesia para exhortar a sus
miembros a solucionar sus problemas (Filipenses 4:2); además, quería que otra
persona se acercara a ellas con un espíritu bondadoso: «Asimismo te ruego
también a ti, compañero fiel, que ayudes a éstas que combatieron juntamente
conmigo en el evangelio…» (v. 3).
Al darnos
cuenta de que todos hemos generado caos en la vida, podemos confiar en que el
Señor nos ayudará a tratar amablemente a los demás.
El amor
verdadero confronta, pero también restaura.
(Nuestro
Pan Diario)
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