Leer | 1
Corintios 15.12-19 | La vida, la muerte y la resurrección de Jesús constituyen
la base de nuestra fe. La Biblia nos dice que Jesús vivió sin cometer pecado.
Como el Cordero de Dios inmaculado, Él fue voluntariamente a la cruz y se
sacrificó por nosotros (1 P 1.18, 19). Cristo llevó nuestros pecados y sufrió
nuestro castigo para que pudiéramos ser reconciliados con Dios.
La muerte
del Salvador fue aceptada por el Padre celestial como el pago total por
nuestros pecados, y despejó el camino para que podamos estar en paz con Él (Ro
5.1). Tres días después de la crucifixión, Jesús fue levantado de la muerte a
la vida. El Cristo resucitado había vencido la tumba. Ascendió victoriosamente
al cielo y ahora está sentado a la diestra del Padre.
La muerte y
la resurrección de Cristo son una ilustración de lo que sucedió en el momento
que fuimos salvos. Al reconocernos como pecadores que no podían pagar sus
transgresiones, expresamos fe en nuestro Salvador. Entonces, “nuestro viejo
hombre fue crucificado juntamente con él” (Ro 6.6), y renacimos
espiritualmente. Por su sacrificio, fuimos perdonados, reconciliados con Dios y
adoptados en su familia.
Pablo
enfatizó la importancia de la resurrección, pues, de no haber sido cierta,
nuestra fe sería vana.
El Cristo
resucitado apareció a muchas personas. Dejó que Tomás lo tocara para que supiera que estaba vivo. Después que el
Señor ascendió al cielo, el Padre envió a su Espíritu Santo a morar en los
creyentes y a dar testimonio de la verdad de la resurrección. Nuestra fe está
basada en el fundamento seguro de un Salvador resucitado.
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