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Corintios 15:50-58 | Hace unos días, vi a mi viejo amigo Roberto pedaleando con
fuerza en una bicicleta de un gimnasio del vecindario y mirando concentrado un
monitor de presión sanguínea en uno de sus dedos.
—¿Qué estás
haciendo? —pregunté.
—Viendo si
estoy vivo —gruñó.
—¿Qué
harías si vieras que estás muerto? —le repliqué.
—¡Gritaría
aleluya!—respondió con una sonrisa radiante.
Con los
años, he percibido destellos de una gran fortaleza interior en mi amigo: una
paciente perseverancia frente al desgaste y las molestias físicas, y fe y
esperanza mientras se acerca al final de su vida. En realidad, no solo ha
hallado esperanza, sino que la muerte ha perdido su poder tiránico sobre él.
¿Quién
puede encontrar paz y esperanza, e incluso gozo, frente a la muerte? Solo los
que están unidos por la fe al Dios de la eternidad y saben que tienen vida
eterna (1 Corintios 15:52, 54). Para aquellos que tienen esta seguridad, como
mi amigo Roberto, la muerte ya no produce terror. ¡Pueden hablar con un gozo
inmenso de ver a Jesús cara a cara!
¿Por qué
temerle a la muerte? ¿Qué razón hay para no regocijarse? Como escribió el poeta
John Donne (1572-1631): «Apenas nos quedamos dormidos, despertamos en la
eternidad».
Para el
creyente, morir es la última sombra del ocaso terrenal antes del amanecer
celestial.
(Nuestro
Pan Diario)
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