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Mateo 26.36-46 |Hace veinte años tuve el privilegio de hacer el papel de Jesús
en la película El Evangelio de Mateo. La experiencia cambió mi vida cuando
llegué a entender al Señor de maneras que nunca había imaginado. Descubrí su
gozo, su sufrimiento y su pasión. También descubrí cuán extraordinariamente
“solo” estuvo Jesús cuando anduvo en la Tierra.
Después de
todo, ¿quién podría entender a un hombre cuya manera de ser e ideas eran tan
asombrosamente diferentes a las de cualquier otra persona? Incluso sus amigos
más cercanos nunca “lo entendieron” sino hasta después de que ascendió a su
Padre. ¿Qué tan solo deja eso a un hombre? Especialmente en ese día del
Gólgota.
Cuando
filmamos las escenas de la crucifixión, llegué al set después de un trabajo de
maquillaje de tres horas; era tan auténtico, que ninguno de los miembros del
equipo de filmación podía soportar mirarme. Recuerdo que pensé en el pasaje: “…
escondimos de él el rostro” (Is 53.3), y me di cuenta de que eso había sido muy
real.
Después
comenzó el rodaje, y la crueldad era impresionante. Estábamos simulando, pero
la atrocidad era indescriptible. Recuerdo cuando estaba allí colgado, y viendo
los rostros a mi alrededor, simplemente mirando. Una niña de la aldea local
donde estábamos filmando lloraba y lloraba. Todos habrían querido ayudarme de
alguna manera. Pero era algo que yo tenía que soportar solo.
Pensé
cuando Jesús veía a su madre, a Juan y a otros. Por mucho que lo amaran, no
había manera de que ellos pudieran entender sus motivaciones ese día. Por mucho
que habrían querido ayudarlo de alguna manera, era algo que Él tenía que hacer
—solo.
Después
llegó el momento de estar solo más allá de toda soledad. “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has desamparado?” (Mt 27.46). Para que pudiéramos nacer de nuevo.
Hoy es un
día para despojarnos de todo lo que queremos, y vivir como el Señor desea:
agradecidos. Tenemos el privilegio de entenderle como nunca pudieron hacerlo
quienes anduvieron a su lado, y nuestra respuesta no puede ser otra que
postrarnos sobre nuestros rostros en profunda gratitud. ¡Gloria a Jesús!
(En
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