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Gálatas 5.22-25 | Tenemos toda clase de excusas para ser impacientes: el
estrés, la mala salud, los errores de otras personas, estar retrasados, o
simplemente haber tenido un mal día. Pero la impaciencia puede llevarnos a
tomar malas decisiones, herir a otros o destruir relaciones.
Dios quiere
algo mejor para nosotros. Él sabe que la paciencia nos ayuda a permanecer en su
voluntad —y eso hace que su favor descanse sobre nosotros. Logramos mantener
relaciones sólidas y duraderas cuando estamos dispuestos a esperar que otros
cambien.
Pero, ¿cómo
podemos desarrollar esta cualidad? Primero, debemos ver nuestras vidas como
Dios las ve, y aceptar las dificultades como oportunidades para aprender a ser
pacientes. Debemos dejar atrás la creencia equivocada de que en la vida cristiana
no se tienen problemas. El propósito de Dios no es darnos comodidad y placeres,
sino más bien que crezcamos a la semejanza de Cristo. La paciencia es una de
esas cualidades del “crecimiento” que debemos tener.
Segundo,
tenemos la responsabilidad de procurar la cualidad de la paciencia, y
ejercitarnos en ella. Tenemos que aprender a rechazar nuestros malos hábitos y
las ideas equivocadas del pasado. Acostúmbrese a responder con gentileza y
cordialidad, aunque la otra persona le esté acusando injustamente.
Se necesita
tiempo, energía y esfuerzo para cambiar nuestra forma de pensar y nuestras
respuestas. Pero gracias a Dios, no hacemos esto solos: el Espíritu Santo está
comprometido a producir este fruto en nuestras vidas, con nuestra cooperación y
buena disposición.
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