jueves, 21 de noviembre de 2013

Qué hacer cuando tu hijo ya no quiere ir a la Iglesia






FAMILIAS | Hay situaciones tan sorpresivas que nos dejan sin saber qué hacer. Si tu hijo ha decidido que va a "poner a Dios en pausa" en su vida, permíteme compartir algunas ideas que acaso te puedan servir para salvarlo.

 Yo estoy convencido de que el gozo —y el dolor— más grande que se vive en esta vida es siempre por causa de los hijos. Las más plenas satisfacciones, y el sufrimiento más vergonzoso, siempre tienen como epicentro a ellos. No puedo siquiera imaginar el dolor que siente un padre y una madre cuando un hijo, al que aman, les dice un domingo en la mañana: “Vayan ustedes a la Iglesia. Yo no voy a ir”. ¿Qué hacer en un caso así? Trataré de dar algunas sugerencias:

    Prevén a tiempo. El doctor Gordon B. Hinckley cuenta una experiencia de cuando trabajaba en el tren de Estados Unidos, antes de que alcanzara diez doctorados: “Hace muchos años trabajé en las oficinas centrales del ferrocarril, como encargado de tráfico de destino. Un día recibí una llamada de mi homólogo en Newark, Nueva Jersey: ‘El tren número tal y cual ha llegado, pero no viene el furgón del equipaje. En alguna parte 300 pasajeros han perdido sus maletas y están enfadados’. De inmediato me dispuse a indagar dónde habría ido a parar. Descubrí que había sido cargado y debidamente conectado en Oakland, California; lo habían movido a St. Louis. Pero un descuidado operador de los depósitos de St. Louis movió una pequeña pieza de acero tan sólo 7,5 centímetros, en un punto de cambio de vía, luego tiró de la palanca para desconectar el furgón. Descubrimos que un furgón de equipaje que debía estar en Newark, Nueva Jersey, había ido a parar a Nueva Orleans, Luisiana, a 2 mil 400 kilómetros de su destino. El movimiento de solo 7,5 centímetros había puesto el furgón en la vía equivocada y la distancia a su verdadero destino aumentó de manera radical”. Tus hijos siempre tomarán sus propias decisiones, pero para evitar que pase eso en su adolescencia ten cuidado de nunca desviarlos del camino ni un poco, aún desde pequeños. Ahora que soy viejo he visto a muchos padres que se dieron ese lujo y lo han pagado una, y otra, y otra vez.

    Enseña la doctrina correcta. Estoy convencido de que la verdad tiene poder en sí misma. No es fortuito que la Biblia sea leída por siglos, sin apoyos gubernamentales, sin presupuestos de ONGs; sino porque la gente encuentra paz en leerla, en normar sus vidas por ella. Cuando mezclas ideas de los hombres con lo que dicen las Escrituras, tus palabras pierden su fuerza. Mientras más pura es la doctrina, mientras más apegada es a los libros sagrados, más fuerza tendrá para llegar al corazón de tu hijo.

    Da un buen ejemplo. El buen ejemplo de los padres es fundamental, así que nunca te des el lujo de fallar. Recuerda aquella antigua fábula de Esopo: “No andes atravesada y no roces tus costados contra la roca mojada”, le decía mamá cangrejo a su hija. “Madre”, repuso ésta, “tú, que quieres instruirme, camina derecha y yo te miraré y te imitaré”.

    Busca la conversión social. Procura que asista a actividades sociales de la organización religiosa a la que perteneces, donde se concentran los jóvenes de su edad. Una es la conversión doctrinal y otra, la social, y a veces la segunda es la puerta de entrada para la primera. Fomenta, busca maneras para que tu hijo se asocie con los mejores jóvenes de tu iglesia.

    Nunca uses premios o castigos. Sirve de muy poco hacer lo bueno cuando no se hace por los motivos correctos. Ser conductista ayuda a muy corto plazo, y si quieres cambios duraderos tienes que buscar, desde siempre, que tu hijo haga lo correcto por los motivos correctos.

    Ora por él. Hay poder en la oración. La oración del justo puede mucho. Cuando uno como padre ha agotado todos los recursos siempre está el Padre, que puede más, mucho más de lo que pueden nuestras pobres limitaciones humanas.

    No te recrimines. Si tu hijo anda en malos pasos no es tiempo de recriminar. Eso no sirve de nada. Buscar culpables nunca ayuda. Es mejor buscar soluciones que encontrar quién tuvo la culpa. Si fallaste, corrígete y deja de mirar atrás.

    No te angusties tanto si tu hijo duda. Como dijo Dieter F. Uchtdorf, y vale la pena rumiar la sabiduría de esta simple frase: “A veces, la semilla de la duda honesta crece, y se vuelve un roble”. Si es una duda sincera, ayúdale a encontrar certezas. Pocas cosas pueden ser más malas en el desarrollo de un joven que el darle una fe ciega. Él tiene que encontrar sus propias certezas.
    Amalo y muéstrale que hay otras razones por las que estás orgulloso de él. Es curioso, pero incluso quienes tienen hijos extraordinarios siempre quisieran que sus hijos fueran todavía mejores. Sin importar el nivel de conducta de nuestros hijos, siempre debemos amarlos, y siempre encontraremos razones para estar, si no satisfechos, sí complacidos con algún aspecto de su vida. Y el expresar y demostrar esos sentimientos es una poderosa medicina para su alma. Nunca permitas que tu hijo se aleje de la influencia de tu amor.

    Insiste en señalar qué es lo que esperas de él. Sin obligarlo, nunca quites el dedo del renglón en señalar qué es lo que esperas de él. Un día reflexionará en aquello en lo que persististe en enseñarle.

    Por encima de todo, respeta su albedrío. Si tu hijo ha decidido que no irá a la Iglesia y tú lo empujas o lo obligas a ir, estás haciendo que su cuerpo vaya, pero lo alejas de lo espiritual. Piensa que siempre que obligas a alguien a hacer algo le estás robando uno de los dones mayores que Dios da: el del albedrío moral.

Una cosa es muy cierta: no puedes pensar que es cosa ligera dejar de asistir a la Iglesia. En este mundo tan inestable, lleno de tantos peligros espirituales, los adolescentes están en la etapa de su vida en que son más vulnerables y, por lo mismo, sería arriesgarse demasiado el pensar que dejar de asistir a la Iglesia es algo temporal, pasajero y, sobre todo, sin consecuencias.

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