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Lucas 15.11-32 | Como vimos ayer, algunas necesidades son universales
—necesidades que son comunes a todas las personas. Hoy nos enfocaremos en
necesidades de otra clase: de las que surgen cuando la culpa es nuestra.
Pensemos en
el hijo pródigo. Este joven tenía todo lo que podía necesitar —vivía en una
casa hermosa, tenía abundancia de comida, y había sido criado dentro de una
familia adinerada. Sin embargo, puso imprudentemente su mirada en lo único que
no tenía: independencia. Quiso dejar de vivir bajo la sombra de su padre y su
hermano mayor. A pesar de que lo tenía todo, quería vivir lejos de su padre.
¿El resultado?
Este joven vivió a las mil maravillas, pero solo por un breve tiempo. Deseaba
el placer que proporcionaba el éxito, pero sin prestar ninguna atención a las
responsabilidades que exige la riqueza. Por tanto, se dirigió a un mundo de
sufrimientos y carencias que nunca había experimentado antes. Y a nadie podía
culpar, sino a sí mismo.
Afligido,
hambriento y completamente solo, el hijo pródigo sabía muy bien en qué lugar
podría encontrar respuesta a sus necesidades. Entonces, al reconocer su culpa,
cambió de dirección y se dirigió a su hogar.
Cuando
estamos afligidos, por lo general tratamos de encontrar a alguien a quien
culpar. Puede ser doloroso darse cuenta de que la falta es en realidad nuestra.
Si esto describe su situación, usted puede, como el hijo pródigo, tragarse su
orgullo y volver al Padre celestial. Si lo hace, descubrirá que Él ya está
corriendo para encontrarse con usted, y listo para suplir otra vez sus
necesidades.
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