LEA:
Gálatas 3:26–4:7 | El antiguo adagio es verdad: ¡El tiempo lo es todo! Por eso,
me intriga tanto la declaración de Pablo: «Pero cuando vino el cumplimiento del
tiempo, Dios envió a su Hijo…» (Gálatas 4:4).
Un rápido
vistazo a la historia revela que la venida de Cristo fue en el momento preciso.
Siglos antes, Alejandro Magno había conquistado la mayor parte del mundo
conocido, e impuso así la cultura y el idioma griegos. Al borde de su deceso,
el Imperio Romano continuó con la obra y expandió el territorio, manteniendo la
influencia griega. La crucifixión, donde Cristo derramó su sangre por nosotros,
tuvo lugar durante el gobierno romano. Y este también dispuso las cosas para
que el evangelio se difundiera por los tres continentes: caminos buenos,
fronteras territoriales sin restricciones de «pasaportes» y un mismo idioma. La
providencia divina había puesto todas las piezas en su lugar para el momento
oportuno de enviar a su Hijo.
El tiempo
de Dios es perfecto en todo. Mientras esperas y tal vez te preguntas por qué
parece que el Señor no actúa a tu favor, recuerda que está obrando entre
bambalinas, preparando el momento correcto para intervenir. Él sabe qué hora
es.
«Señor,
enséñanos la disciplina de la paciencia, porque esperar suele ser más difícil
que actuar». —Marshall
(Nuestro
Pan Diario)
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