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Santiago 3.5-8 | La chismografía no es un tema popular, pero sin duda una
actividad popular. Muchas personas malgastan el tiempo en habladurías acerca de
otros, por lo general con la intención de criticar y juzgar. Por desgracia, los
creyentes muchas veces son tan culpables de chismear, como los no creyentes. Pero
nuestro Padre celestial quiere que veamos esta práctica del chisme tal y como
es.
El apóstol
Pablo coloca la chismografía en medio de pecados como el engaño, la malicia, la
calumnia y la arrogancia (Ro 1.29, 30 NVI). El chisme es embaucador y difamatorio,
y está acompañado por la vileza y la soberbia. Todas estas son características
de los “aborrecedores de Dios”, según el apóstol. En otro pasaje que describe
las prácticas impías, Pablo coloca al chisme en el centro de ellas. Y, por
supuesto, todo el mundo sabe que el último decreto de los Diez Mandamientos es:
“No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Ex 20.16).
La
chismografía no concuerda con quienes somos hijos de Dios. Así como no se puede
tener veneno y agua pura saliendo de la misma corriente, el cristiano no puede
tener una conversación que honre a Dios y al mismo tiempo chismear de otros.
Cuando de nuestros labios salen palabras dañinas, demostramos lo que albergamos
en nuestro corazón. Sin embargo, Dios se ocupa de limpiar los corazones. Si
permitimos que el chisme, el engaño y la malicia se introduzcan en nuestra
vida— debemos orar como lo hizo David: “Sean gratos los dichos de mi boca y la
meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío”
(Sal 19.14).
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