LEA: Salmo
66:10-20 | Una semana después de la muerte de C. S. Lewis, en 1963, colegas y
amigos se reunieron en la capilla de Magdalen College, en Oxford, Inglaterra,
para recordar al hombre cuyos escritos habían encendido las llamas de la fe y
la imaginación tanto en niños como en eruditos.
Durante la
reunión de conmemoración, un amigo íntimo de Lewis, Austin Farrer, señaló que
Lewis siempre enviaba una respuesta personal manuscrita a todas las cartas que
recibía de los lectores en el mundo entero, y agregó: «Su actitud
característica hacia las personas en general era de consideración y respeto.
Tenía la gentileza de atender a tus palabras».
En ese sentido,
Lewis reflejaba la destacada atención que Dios presta a lo que le decimos en
oración. Durante un tiempo de gran dificultad, el escritor del Salmo 66 clamó a
Dios (vv. 10-14). Más tarde, alabó al Señor por haberlo ayudado: «Mas
ciertamente me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica» (v. 19).
Cuando
oramos, el Señor escucha nuestras palabras y conoce nuestro corazón. Sin duda,
podemos expresar con el salmista: «Bendito sea Dios, que no echó de sí mi
oración, ni de mí su misericordia» (v. 20). Nuestras oraciones se convierten en
la avenida a una relación más profunda con Él. En todo momento, aun en las
horas de mayor necesidad, Él atiende a nuestras palabras.
Dios
siempre nos presta atención.
(Nuestro
Pan Diario)
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