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Lucas 5.1-11 | Como cristianos, podemos desperdiciar nuestras vidas junto a las
orillas de la fe, sin aventurarnos jamás a entrar a aguas más profundas. Allí
tenemos poca necesidad del Señor. Después de todo, estamos a salvo en la playa,
lejos del peligro de las grandes olas y las tormentas. Pero los creyentes que
se introducen en las aguas de la obediencia, llegan a necesitar a Dios
desesperadamente.
Al lanzarse
a alta mar, el cristiano renuncia a tener el control de su vida. Deja de tratar
de controlar su propio destino, ya sea en lo profesional y financiero, o en su
participación en la iglesia. Dios es el Capitán del barco, mientras que el
creyente es el obediente marinero. ¿Vendrán tormentas? Sí. ¿Hará el capitán
peticiones difíciles algunas veces? Sí. ¿Se sentirá asustado algunas veces el
marinero? Sí. Pero el cristiano obediente tiene una experiencia de Cristo mucho
más estrecha que la que podrá tener el cristiano que se quedó en la playa.
El creyente
dice: “He entregado mi vida a Cristo”. Pero vivir de verdad esas palabras es
más difícil, pues humanamente queremos conservar cierto control en caso de que
Dios no se ocupe de nuestros asuntos de la manera en que nos agrada. Muchos
cristianos se contentan con solo sumergirse superficialmente en la fe, pues
tienen miedo de que la vida no les resulte de acuerdo a sus planes. Dios puede
hacer mucho más con una vida obediente que con una vida protegida de riesgos.
La vida
cristiana se vuelve emocionante cuando nos metemos en aguas tan profundas, que
nuestros pies ya no tocan el fondo. Entonces debemos mantenernos firmes
agarrados de las promesas de Dios.
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