LEA: 1
Samuel 16:1-7 | Un día, mientras compraba en un supermercado, una persona me
consideró un ladrón, mientras que otra pensó que era un héroe.
Cuando
salía del edificio, un empleado dijo: «Disculpe, señor. Hay muchos artículos en
su carro que no están embolsados». Evidentemente, esa es una estrategia de
quienes roban en las tiendas. Cuando vio que eran productos demasiado grandes
para poner en las bolsas, se disculpó y me dejó seguir mi camino.
En el
estacionamiento, una mujer miró de reojo mi gorro deportivo bordado en dorado y
lo confundió con un sombrero militar. Entonces, exclamó: «¡Gracias por defender
nuestro país!». Y después, se fue.
Tanto el
empleado del supermercado como la mujer en el estacionamiento hicieron
conclusiones apresuradas sobre mí. Es fácil formar opiniones basadas en las
primeras impresiones.
Cuando
Samuel tuvo que elegir de entre los hijos de Isaí al siguiente rey de Israel,
también juzgó según sus primeras impresiones. Sin embargo, el elegido de Dios
no era ninguno de los hermanos mayores. El Espíritu le señaló a Samuel: «No
mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura» (1 Samuel 16:7). El Señor
escogió a David, el menor, cuyo aspecto no se parecía en nada al de un rey.
Dios puede
ayudarnos a ver a las personas a través de sus ojos, porque «el Señor no mira
lo que mira el hombre; […] el Señor mira el corazón» (v. 7).
A menudo,
las primeras impresiones llevan a conclusiones equivocadas.
(Nuestro
Pan Diario)
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