La primera vez que se menciona un
cordero en la Biblia es en el capítulo 22 de Génesis. Abraham e Isaac su hijo
subían al monte Moriah para ofrecer un sacrificio a Dios. Por el camino, Isaac
le hizo una pregunta muy pertinente a su padre: “He aquí el fuego y la leña;
mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? Y respondió Abraham: Dios se
proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío” (Génesis 22:7-8). Un cordero
fue ofrecido en lugar de Isaac, pero ni ese cordero ni Isaac podían responder a
las exigencias divinas.
Sólo eran figuras del “cordero” que,
mediante su sacrificio, glorificaría a Dios en todos sus atributos. Por la fe
Abraham, enseñado por Dios, pudo decir con seguridad: “En el monte del Señor
será provisto” (Génesis 22:14). Los siglos pasaban, y el cordero prometido fue
anunciado como Aquel que debía sufrir. “Cuando vino el cumplimiento del tiempo,
Dios envió a su Hijo… para que redimiese a los que estaban bajo la ley”
(Gálatas 4:4-5).
Al ver a Jesús, Juan el Bautista dijo:
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). En el
Gólgota Jesús fue sacrificado, murió en una cruz para liberarnos de la muerte
eterna.
El apóstol Pedro dijo: “Fuisteis
rescatados de vuestra vana manera de vivir… con la sangre preciosa de Cristo,
como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de
la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de
vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y
le ha dado gloria” (1ª Pedro 1:18-21).
(Amén,
Amén)
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