Hace un tiempo, para llamar la atención y a modo de
publicidad, una tienda de ropa y accesorios para niños había instalado en la
vereda del local un curioso equipo que emitía abundante cantidad de burbujas de
jabón. Era delicia de grandes y chicos pasar por ese lugar entre la nube de
burbujitas.
Mi hija, sin ir más lejos, cuando chiquita, le gustaba jugar
con esos juguetes que producen burbujas de jabón. Al rayo del sol muchas de
ellas parece que tuvieran distintos y tornasolados colores. El perro –nuestro
fox terrier, del que hace mucho que no digo nada, pero aún vive, goza de buena
salud y sigue haciendo de las suyas– también obtenía su generosa porción de
diversión saltando y reventando burbujas. Un tan bello como efímero espectáculo
de colores y movimiento.
Las burbujas tienen un aspecto curioso, colorido, gracioso.
Entretienen y divierten la vista. Resulta una delicia verlas flotar en el aire
con su espectáculo de colores y movimiento, pero todas, INDEFECTIBLEMENTE TODAS
crecen o logran flotar hasta un punto en que el jabón comienza a secarse,
disminuye la tensión superficial del líquido y terminan reventando,
desapareciendo en el aire.
Y muchos de nosotros los cristianos, sin importar la edad
física ni la espiritual, aún continuamos jugando con burbujas, aunque tal vez
no las vemos. Costumbres, hábitos, descuidos, licencias que nos vamos tomando
en la diligencia en el ministerio, la disciplina y en la obediencia cristiana.
Hábitos y cosas que tal vez muchos de ellos no tienen porqué ser malos en sí
mismos, pero que la reincidencia, la rutina inconciente y finalmente la
incorporación a nuestras vidas y posterior dependencia de ellos los convierte
en cosas no edificantes; o en todo caso en obstáculos que nos impiden gozar de
todas las bendiciones de una comunión íntima, completa y profunda con Dios.
Todas las burbujas transitan un camino, su propia
trayectoria. Unas más alto que otras, unas más lejos que otras. Unas más
grandes que otras, unas más coloridas que otras. Pero el final siempre es el
mismo: revientan brusca y repentinamente. Cada una de ellas nos recreaba la
vista con su entretenido espectáculo, de repente en una fracción de segundo ya
no está.
Cuando la proliferación de actos, hábitos, descuidos y
licencias en nuestra vida llegan a su fin, son como las burbujas de jabón.
Revientan espontáneamente. Y eso resulta ser un proceso doloroso. Darse cuenta
de repente de que nuestra vida no era tan buena como teníamos pensado que lo
era.
Por ello es imprescindible para nosotros tener y adquirir
hábitos saludables de vida. Tanto para la vida física, mental como espiritual.
¿Quién podrá
entender sus propios errores?
Líbrame de los que
me son ocultos. (Salmos 19:12 RV60)
Muéstrame, oh Jehová,
tus caminos;
Enséñame tus sendas. Encamíname en tu
verdad, y enséñame,
Porque tú eres el
Dios de mi salvación;
En ti he esperado
todo el día. (Salmos 25:4-5 RV60)
Y el mismo Dios de
paz os santifique por completo; y todo
vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de
nuestro Señor Jesucristo. (1
Tesalonicenses 5:23 RV60)
Autor: Luis Caccia Guerra
Escrito para Devocional Diario
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