Leer | ROMANOS 8.26, 27
| Mientras Jesús se acercaba al día de su muerte, se refería con
frecuencia al Ayudador que enviaría a sus discípulos —y, finalmente, a todos
los creyentes. El Espíritu Santo fue prometido, para que morara en los
seguidores del Señor, y para que les diera poder e instrucción. Llamado por lo
general el Consolador o Parakletos en griego, Él es quien viene a estar a
nuestro lado para ayudarnos en todo lo que Dios nos llame a hacer.
Una de las responsabilidades del Espíritu Santo es ser
nuestro Ayudador en la oración. La necesidad de orar que sentimos viene de Él.
El Espíritu sabe de las tentaciones que nos acechan más adelante, o de las
duras experiencias que pueden sucedernos; por tanto, Él nos impulsa a hablar
con nuestro Padre celestial. Cuando usted sienta la necesidad de orar, lo
último que debe hacer es ignorarla. En 1 Tesalonicenses 1.59 se nos dice: “No
apaguéis el Espíritu”; en otras palabras, ignorar ese impulso divino es, en
realidad, un pecado.
Al darnos la carga de orar por alguien, el Espíritu Santo
nos ofrece la oportunidad de participar en la obra de Dios.
Esta carga en nuestros corazones de orar por nosotros mismos
o por otros, es una demostración especial del amor de Dios. Al llamarnos a
orar, Él comienza el delicado trabajo de hacernos sensibles a las circunstancias
que nos rodean, o de prepararnos para una batalla que vendrá. Escuchar los
impulsos del Espíritu Santo y permitirnos estar preparados, es la manera como
nosotros le mostramos nuestro amor.
(En Contacto)
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