LEA: Romanos 8:31-39
| Cuando hace frío, nuestra vieja
perra va por todo el patio buscando un lugar soleado para recostarse sobre la
hierba y conservar el calor bajo los rayos del sol.
Esto me recuerda que nosotros debemos «conservarnos» en el
amor de Dios (Judas 21). No significa que debamos actuar de alguna manera
especial para lograr que el Señor nos ame (aunque deseamos agradarlo), ya que,
por ser sus hijos, Él nos ama independientemente de lo que hagamos o dejemos de
hacer. Quiere decir que debemos meditar en su amor y disfrutar de su resplandor
y calor durante todo el día.
«[Nada] nos podrá separar del amor de Dios» (Romanos 8:39).
Él nos amaba antes de que naciéramos, y nos sigue amando ahora. Esta es nuestra
identidad en Cristo, lo que somos: hijos amados de Dios. Debemos meditar en
esta verdad todo el día.
Juan, en su Evangelio, se describe cinco veces como el
discípulo al que Jesús amaba (13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20). El Señor también
amaba a los otros, ¡pero Juan se deleitaba en la realidad de que Jesús lo amaba
a él! Podemos adoptar el pensamiento de Juan: «¡Soy el discípulo a quien Jesús
ama!», y repetirnos esta verdad durante todo el día o cantar en nuestro corazón
ese conocido coro para niños: «Cristo me ama; me ama a mí». Al conservar en
nuestra mente esta afirmación todo el tiempo, ¡nos deleitaremos en la calidez de
su amor!
Dios no nos ama por lo que somos nosotros, sino por lo que
Él es.
(Nuestro Pan Diario)
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