Leer | SALMO 51
| El diácono de cierta iglesia
confesó un pecado terrible en una red social. Después de dar una descripción de
lo que había hecho, comentó: “Sé que hay un precio que pagar por este pecado, y
ese precio es la muerte”. Pero no solo tenía el corazón destrozado por lo que
había hecho; sabía también que el efecto sobre sus amigos y su familia sería
devastador.
Con todo, su temor era más grande que su remordimiento. Se
atemorizó de Dios, creyendo que el soberano Señor del universo estaba ahora
dispuesto a hacerlo pagar. ¿Qué le diría usted a este creyente? ¿Reflejan sus
palabras la respuesta de Dios al pecado?
Es cierto que Romanos 6.23 enseña claramente que “la paga
del pecado es muerte”; sin embargo, este angustiado hombre había pasado por
alto la importantísima segunda mitad del versículo: “mas la dádiva de Dios es
vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Si nuestro Padre celestial nos da un regalo, podemos confiar
en que Él nunca nos lo quitará. No hicimos nada para merecerlo, y por eso no
podemos hacer nada para perderlo. Todo descansa en la iniciativa de Dios. Si el
pecado del creyente después de ser salvo pudiera requerir su muerte —o
cualquier forma de castigo—, entonces el sacrificio de Cristo no fue
suficiente. Pero la Biblia nos dice que la muerte del Señor Jesús fue el pago
de toda la deuda de pecado de la humanidad (He 10.10).
O la sangre de Jesús cubre nuestros pecados, o no los cubre.
No hay término medio. El Espíritu Santo, las palabras de Cristo y el testimonio
de la Biblia, afirman claramente que sí los cubre.
(En Contacto)
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