LEA: Juan 7:37-39
| En los últimos años, me
deshidraté un par de veces, y créeme, no quiero que se repita. Una vez, fue
después de un desgarro muscular en el muslo mientras esquiaba en la nieve a
campo traviesa, y la otra, en un desierto de Israel con unos 46 ºC de
temperatura. En ambas ocasiones, tuve mareos, me desorienté, se me nubló la
visión, y varios síntomas más. A la fuerza, aprendí que el agua es vital para
mi bienestar.
Mi experiencia con la deshidratación me permite apreciar
mejor la invitación de Jesús: «… Si alguno tiene sed, venga a mí y beba» (Juan
7:37). Su declaración fue dramática; en particular, con respecto al momento.
Juan señala que era «el último y gran día de la fiesta», la conmemoración anual
de la peregrinación de Israel en el desierto, que concluía con una ceremonia en
la que se derramaba agua por los escalones del templo para recordar la
provisión divina a los peregrinos sedientos. En ese instante, Jesús se puso en
pie y proclamó que Él es el agua que todos necesitamos desesperadamente.
Para nuestro bienestar espiritual, es vital que vivamos con
una verdadera necesidad de Cristo, hablando con Él y dependiendo de su
sabiduría. Por lo tanto, mantente conectado con Jesucristo: ¡solo Él puede
satisfacer la sed de tu alma!
Acude a Jesús para recibir el poder renovador de su agua
viva.
(Nuestro Pan Diario)
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