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NÚMEROS 13−14 | Cuando usted escucha la frase “fracaso espiritual”, ¿qué le
viene a la mente? Si es como la mayoría de la gente, la expresión le despierta
pensamientos desagradables del andar de fe. Sin embargo, por mucho que lo
intentemos, simplemente no podemos o no podremos pasar por esta vida sin fallar
de vez en cuando.
Lo más
preocupante para los cristianos, son los casos cuando dejamos que otros
factores interfieran en lo que sabemos que Dios nos está diciendo. ¿Puede usted
recordar la vez que supo que el Señor quería que hiciera algo, pero por alguna
razón decidió hacer otra cosa? Cuando desobedecemos al Padre celestial, podemos
tener la seguridad de que hemos tenido un fracaso espiritual.
Una de las
razones principales de los deslices espirituales es el temor. Ahora bien, no
debemos temer a perder la salvación, una vez que estamos seguros en Cristo. De
lo que estoy hablando aquí, es del miedo al fracaso. Simplemente, no queremos postrarnos
sobre nuestros rostros por el reto que Dios pone delante de nosotros. Por
tanto, en vez de enfrentar el llamado, corremos y nos escondemos. Estamos
convencidos de que es mejor no intentarlo y fracasar.
¿Es esa la
actitud que Dios quiere? Claro que no. Nuestro Padre celestial no nos ha dado
un espíritu de temor (2 Ti 1.7 NTV – Nueva Traducción Viviente). Él quiere que
haya audacia y sinceridad en nuestra fe. No se incline ante el ídolo del miedo.
El Dios que le llamó es suficientemente poderoso para protegerle. Cada vez que
Él le asigne una tarea, puede tener la seguridad de que le dará las fuerzas
para realizarla.
(En
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