LEA: Juan
14:1-11 | Mi papá tenía muchísimas historias sobre su pueblo natal. Puedes
imaginarte qué emoción sentíamos cuando, en mi infancia, íbamos con toda la
familia allí cada verano. Pescábamos junto al río San José y visitábamos la
granja de su niñez, donde todas aquellas historias habían cobrado vida. Aunque
ese lugar nunca había sido realmente el mío, siempre que lo visito —ahora con
mis propios hijos, ya crecidos, y con mis nietos— me envuelve un nostálgico
sentimiento de pertenencia.
Jesús habló
con sus discípulos sobre su hogar en el cielo, el cual dejó para venir a vivir
entre nosotros. Qué gozo le habrá dado decirles a aquellos seguidores: «En la
casa de mi Padre muchas moradas hay […]; voy, pues, a preparar lugar para
vosotros. […] para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14:2-3).
Sin duda, Jesucristo, quien «por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz»
(Hebreos 12:2), anhelaba regresar a su hogar celestial y llevar consigo a sus
hijos para que estuvieran allí con Él.
Pensar en
que Jesús nos llevará a la casa de su Padre celestial nos llena de una gran
expectativa y nos impulsa a contarles a otros la buena noticia sobre el Hijo
que vino para rescatarnos de este mundo caído.
Solamente
Cristo puede llenarnos de un sentimiento de pertenencia como nunca antes hemos
experimentado.
(Nuestro
Pan Diario)
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