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ROMANOS 6.17-23 | Es normal que los niños, en algún momento, tomen conciencia
de que se están volviendo más fuertes. Los padres, por lo general, animan a sus
hijos a aumentar sus fuerzas y a vencer cualquier debilidad. Algunos jóvenes lo
hacen, pero otros actúan con indiferencia o se sienten derrotados aun antes de
comenzar.
Todos
tenemos debilidades. ¿Cómo respondemos a ellas? ¿Elaboramos un plan para
vencerlas? ¿Fingimos que no son importantes, o nos rendimos a ellas fácilmente?
Ninguna de estas respuestas es la que Dios desea de nosotros.
Él quiere
que nuestras debilidades nos recuerden que dependemos totalmente de su fuerza,
y también la gran necesidad que tenemos de Él. Su plan para nosotros es que
nuestras debilidades nos motiven a relacionarnos más con Él.
Si no manejamos
adecuadamente las áreas en las que no somos fuertes, podemos herirnos a
nosotros mismos y a quienes nos rodean. Debemos volver a Dios para pedirle que
se ocupe de nuestras debilidades, de manera que no dominen nuestras vidas.
Sansón fue
un hombre apartado y equipado por Dios para propósitos divinos. Pero tenía una
debilidad sin control; vivió desenfrenadamente hasta que eso destruyó su
trabajo para el Señor (Jue 13−16).
Nosotros,
como seguidores de Cristo, también hemos sido separados para la obra de Dios, y
equipados por Él. Debemos prestar atención a la advertencia sobre la vida de
Sansón, y volvernos rápidamente a Dios cada vez que aflore nuestra debilidad.
Demorar en hacerlo podría significar el desastre.
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