Leer | LUCAS 6.27, 28 | Inmediatamente después de su
arresto, Jesús fue interrogado por el sumo sacerdote. Cuando dio una respuesta
“no satisfactoria”, uno de los oficiales lo golpeó en el rostro. En vez de
ofrecer literalmente la otra mejilla para que se la abofeteara, el Salvador
cuestionó serenamente la injusta acción del hombre. El Señor no se defendió ni
respondió de manera agresiva, pero se negó a aceptar el abuso, a pesar de que
iba a recibir más (Jn 18.21-23).
El pasaje de la Biblia que nos dice que pongamos la
otra mejilla perturba a muchos cristianos. ¿Debemos quedarnos quietos mientras
alguien nos golpea física o emocionalmente? No. Pero no debemos responder con
la misma moneda. Sin duda, el orgullo provocará el deseo de que nos venguemos
del colega que nos avergonzó en una reunión, o del miembro de nuestra familia
que nos dijo palabras hirientes. Pero no debemos devolver mal por mal o insulto
por insulto, sino más bien bendecir (cp. 1 P 3.9).
En la práctica, la situación determinará la forma que
tomará nuestra respuesta. Puede ser que necesitemos ignorar las acciones de la
otra persona, alejarnos de la situación, o confrontar a nuestro enemigo —la
confrontación destinada a lograr entendimiento y reconciliación está bien. De
hecho, el Señor Jesús nos enseña que convirtamos a los antagonistas en amigos
por medio de la conversación respetuosa (Mt 18.15). Preguntarle: “¿Por qué
tienes ese sentimiento contra mí?”, puede revelar el poder del amor
incondicional para ayudar a un alma que sufre, a pesar del potencial que tiene
para herirnos.
¿Pudiera Dios estarle llamando a mostrar este amor
agape?
(En Contacto)
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